Para ti, que no preguntaste.

¿Qué hace una niña que no duerme?

Tarde o temprano conocer a alguien significa tener que hablar de por qué no duermo. No sé, a las personas les intriga, aunque yo no hable de eso ni lo presuma, terminan por darse cuenta. A unos les parece fascinante, a otros les despierta el médico y están raudos diagnosticando y ofreciendo remedios que de sobra saben que botaré al cesto imaginario de las cosas-que-me-importan-un-cuerno. Tampoco creo que sea fascinante, la verdad; ni atractivo, menos envidiable. Imagínate sentir las entendederas como felino crispado sólo porque la noche anterior te la pasaste con las pupilas clavadas en el techo buscándole formas en el recubrimiento o abstraída en una telaraña casi imperceptible o en las partículas del aire, y que no te haya crecido la mecha de la paciencia lo suficiente,  que yo creo que se fabrica por las noches y con los ojos cerrados. Tampoco estoy tratando de justificar mi humor agrio como naranja de camellón podrida por tanto sol, nada de eso. Mi mamá siempre me cuenta (dos o tres veces por semana, eso ya es un siempre si le sacas pluma porque ya he vivido mis semanitas) que cuando me desarrollaba en su vientre y mi papá trabajaba en  turnos nocturnos, ella pasaba las noches en vela eterna tejiendo, sí, un rollo muy penelopezco -sí, a mí también me hace medio tragarme la risita- pero sin destejer nada. No entiendo de qué servía tanta chambrita cuando nací en el mismísimo infierno terrenal, pero bueno. Después me cuenta mi padre que podía ver los primeros rayos del sol andando él por la calle conmigo en brazos porque el paseo nocturno era lo único que medio aplacaba mis berridos. Sí, siempre he sido la llorona incurable de hasta hoy; mi abuelo -mi tata, sin pretensiones- también se acuerda de lo mismo, tenerme bajo la sombra trasnochadora de un yucateco gigantesco que engalanaba la parte central del patio de su casa, que era mi casa, que no se las ofrezco porque ya no cabemos como antes y además que ya no vivo ahí.

 Crecí con más duermevelas que sueños. No hablo de esos aspiraciones, limitémonos al tecnicismo de cerrar los ojos e irse a abrir puertas del inconsciente. ¿Qué hace una niña que no duerme? Buena pregunta, como dice siempre la gente que no tiene idea qué responder. Como mi abuela afectivamente se encargó de infundirme el temor morboso de jugar con las muñecas después de las ocho (hasta hora me dio la muy... precisa), me puse a dibujar y claro, a ver sombras en la ventana, pero dibujar me gustaba más, tanto que hasta parecía que tenía talento, de veras; también aprendí a cocinar. Esperaba a que todos sucumbieran a Morfeo para hacer experimentos que después gustosa aunque escéptica igual me tragaba; en ocasiones mi papá se atrevía a acompañarme o a primera hora cuando se levantaba a poner la primera cafetera del día, siempre hacía referencia a lo bien que olía la comida de la noche, que nunca alcanzaba definir si era sueño, pero sí que la realidad se le disolvía en él. Me causa gracia recordarme pequeñita con una bata hasta los tobillos trepándome a las sillas como escaleras para alcanzar las cosas, aunque no me he estirado mucho desde aquel entonces. A veces creo que lo imagino, es raro eso de verse como era o es uno mismo desde afuera, ¿no?


Creo que fue de noche que crecí, que empecé a escuchar la voz de la consciencia además de los imaginarios ruidos fantasmales. Fue de noche con las sábanas hasta la cabeza y los audífonos que me descubrí en algunas letras de canciones y en algunos libros y que además, éstos te hacen recorrer kilómetros, que son más que métrica. Como de noche crecí, también me atrevo a decir que es cuando tengo más vida. Ser noctámbula es también amigarse con la soledad, cuando te va peor contigo mismo y si estás de suerte, te encuentras a otro trasnochador que te acompañe en carne y voz. De noche se me quita el miedo, la oscuridad lo hace a uno más libre o más desfachatado, si le quieres llamar de otra forma, aunque también es cuando -no sé si por lo mismo o vaya a saber el diablo por qué- eres más vulnerable: como se te puede deshacer el alma llorando, se te aviva el ánima riendo por lo bajito para no despertar a tu medio mundo o simplemente te vuelves creadora de las más absurdas invenciones, como esto, o como lo que sea que terminan disolviéndose con los rayos del sol que se te cuelan entre las cortinas. ¿No querías saber? Suerte que un día me encontraron algún remedio en algún comprimido de compuestos químicos y esas cosas maravillosamente intoxicantes. ¡Ah! y que suenan las alarmas, esas vigorosas anunciadoras de rutina. Sólo hazme el favor de no contarle lo de las pastillas a mi madre.