A quien está del otro lado, a mi soledad concurrida:


Ahora que la soledad me está comiendo a bocanadas y yo sin inmutarme, sólo me quedo perpleja al ver como todo es lejano, como ya nada deja de pertenecerme y se vuelve el todo ajeno. Me doy cuenta que el cansancio a causado estragos y qué tan sucios tengo los pies de tanto andar y andar y no dar con algún lugar donde pertenezca.

Estoy perdida y sólo me queda suponer dónde fue que me dejé. Le abandono todas mis conjeturas a que me dejé quizá en algún tumulto de rostros familiares, de palabras amistosas y momentos que deseé fueran eternos; no me queda más que pensar que me abandoné al recuerdo y que este a su vez, me dejó en pleno desamparo. Ni el pasado tiene por qué cargar conmigo.

Quedan tan pocas ganas de desplegar las alas... además de todo que se vuelve tanto, fatiga el vuelo en solitario, a parte de planear con el viento en contra. Estoy atada a ésto que es nada y nunca será lo contrario, a una soledad que desespera y vuelve crisis la calma.

Tengo tanto de nada... o poco de todo, según el cristal con que se vea. Ya no cuento, descuento. La existencia se me hace trizas en las manos y tal vez no vivo un ahora porque no puedo acomodar el pretérito en el porvenir; por las mismas razones me aislo y de golpe llegan todas las ansiadas resoluciones: me dejé sola a propósito. No tengo a quien reclamarle un por qué, sólo a mí.

Alguna vez, una figura en plena luz, me confió en sus palabras aquello de Merton,  «Realmente, no hay soledad más peligrosa que la de una persona perdida en la multitud, que no sabe que en realidad está sola, ni funciona tampoco como una persona en medio de gente». Estoy segura que me hallo fuera de todo peligro: me reconozco perdida, en soledad y, por lo tanto, créeme que hay algo en mí que no funciona bien, lo que me hace no resultar en medio de gente. Y  por favor, si puedo contar con alguien desde hoy y para siempre, que levante la mano.

Ven.

Ven a ver cómo no duermo
Como me pasan las horas por encima
A nadar en mis pupilas absortas en tu boca
 mientras forma palabras hablando de todo y nada
Ven a hablarme de tu nada
Ven a no dormir conmigo
Ven a jugar que existe la eternidad
Hazme eterna
Juega que existo
Vuelve los nunca siempre
Ven que muerdo
Ven que duele menos tenerte aquí
Se mi aquí
Ven a restarme soledad
Ven que nos dividimos las ganas
multiplícame las sonrisas
Súmame memorias
Déjate el sueño en mi almohada
Ven que volvemos sueño lo vivido
Ven que te sueño despierta
Hazme despertar
Ven que te escribo poemas en la espalda
Ven que me desarmo en tus brazos
Ven que se me olvida lo vivido
Ven que la ausencia escuece
Ven que el silencio sofoca
Ven a decirme que es la última vez
Ven y dime que ya no vuelves
Ven y quédate.
Quédate.

Lo que no se dice...

Cuando le pregunté por qué el beso,
 eres poeta, para que no te quedes sin qué escribir, me dijo.
Tuve que consumir cantidades exorbitantes de poesía hasta intoxicarme y ver si en la enfermedad encontraba lo que andaba buscando: la coraza que minimizara todos mis miedos. Hacer el miedo aparte y sacar el valor avante, que tal vez desaprendo a decir escribiendo todo esto que se me agolpa y le llamo sentimiento.

La gracia de esto no son los rodeos, ni las mascaras que le ponga a todo lo que diga; todo está en las cosas que digo sin decir y en las que nunca te dije porque no me atreví o porque simplemente no encontré medida.
No, no puedo. Al miedo ya lo llevo encarnado; ya tengo la consciencia fundida en el temor, en muchos nopuedos. Es reflejo, ya me llevo la mano a la boca para callarme sin haber dicho algo.

Entonces atacan los recuerdos, el fantasma de los días pasados, lo que hubiese cambiado, lo que me hubiese callado, lo que hubiera hecho diferente, todo eso amarra y no te deja ser libre; todo eso que tuve que decir y no pude. Teniendo algo que te ate al pasado nunca puedes moverte del todo como quieres, y mira que a veces son tonterías, como no decir perdón a tiempo, como los ven que deje ir y no fui, como los quédate que se me ahogaron de cobardía. Entonces vuelvo a crear historias, regreso a los ysis y a los hubieras.

Pues verás. Inventemos historias, engañemos al miedo creando tragedias; dicen que los escritores tienden a ser trágicos para parecer interesantes, a ser trágicos para tener algo que decir. En realidad, muchas veces poca idea tenemos del dolor, el amor del que hablamos cuando escribimos; fingimos bien, aunque realmente lo sintamos.

Contemos historias. Una, una historia. La historia de nadie. Mejor: la historia de dos nadie. Dos nadie, diferentes, líneas paralelas y todos esos ejemplos burdos que se dan cuando se trata de decir lo contrario de "el uno para el otro". He ahí la primera premisa: ambos eran o uno u otro. Uno haciendo y deshaciendo el mundo a punta de palabras bonitas y el otro a tiro de besos y sonrisas persuasivas. Dos nadie vueltos alguien. Las líneas paralelas se tienen de frente: las líneas paralelas se acercan. Uno lee, el otro escribe. Uno pasajero y efímero y otro permanente y duradero. Uno era idea, el otro idealizaba. A decir verdad, sólo puedo hablar por uno, no por otro, mucho menos de los dos -aquí va, el miedo de nuevo, el miedo vence-. Puedo hablar por uno que tiene el recuerdo del otro, el (siempre) recordado. El uno permanente que observa al otro, aunque físicamente cercano, siempre a lo lejos. El otro va en lo inquerible porque es ajeno, allí donde el uno no se acerca porque es desconocido.

Uno, este uno, que es una; una, que tal vez es ella. Ella que quizá es demasiado joven y absorta en sí misma para enredarse en vidas ajenas. Se sienta a querer y acariciar el recuerdo. ¿Qué recuerdo? Digamos que hay una aproximación, sí, el recuerdo de un beso, o tal vez de varios recreando escenas con la imaginación y se imagina la caricia, lento, muy lento. Sonríe complacida porque probablemente -sin precisar-, la escena se desarrolla en su lugar favorito; de la nada se esfuma la sonrisa porque quizá y sólo quizá sólo fue un acto perverso del otro, para que no lo olvidase, para aferrarse a la memoria de ella. Las manos a la cara: lo logró. El otro se firma en la memoria de uno (uno que es una, una que es ella) con tinta imborrable y a uno no le queda más que aceptarlo, lo acepta y recuerda aquella sonrisa persuasiva. ¿Cómo le explica al mundo que no se enamoró ni se enamoraría pero el flechazo persiste por aquel gesto único? Bueno, vaya capacidad de abstracción; vaya manera de distraer al miedo, que tal vez pueda ser sólo eso: distracción, pero nadie le quita lo besado.