A quien corresponda (y quiera una explicación):

 

No sé cómo ni cuándo llegó. Sólo sé que está ahí y que hace mucho ruido. Ruido como ninguno. Ruido como esas máquinas que taladran el suelo, que no dejan ni escuchar los propios pensamientos. Es un pensamiento que amordaza a los demás, los encierra en el último cuarto y es el único que se presenta. Ni siquiera se presenta, sólo está ahí, haciéndote saber que lo está y no tiene la más mínima intención de irse. Es el dictador de mi propia cabeza. Hace que todo duela. Y hace que todo duela más cuando los demás pensamientos y sentimientos se envalentonan, quieren reclamar su lugar y salir al aire, a ser escuchados por otros y que aquellos no sepan que lo único que necesitan es un salvavidas. No que sean validados, menos entendidos: solo no quieren ahogarse. O perderse entre el montón.

 En tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos donde todos contra todos…

A veces no puedo escucharme ni yo misma. A veces parece que estoy en contra de mí. No sé las estadísticas, no voy a buscarlas -me aterrorizan- pero creo que quienes tuvimos la idea de irnos e hicimos lo posible y no lo logramos, algo queda de ese intento de huida dentro de nosotros. No te lo puedo explicar. Pero tampoco voy a pedir perdón por no poder hacerlo, tampoco pediré perdón por pensarlo, tampoco pediré perdón porque existe algo dentro de mí que no sé por qué está. Porque aunque yo no lo deje, ese pensamiento inunda todo, desde la punta de mi pelo hasta la planta de los pies. Me he deshecho pedazo por pedazo para explicarme que no es falta de algo exterior, ni alguien que haga de reparador, es más fácil que todo lo que pueda complicarlo: solo tengo que ir paso a paso, con mi mucha intensidad, con mi mucha manera de pensarlo, con mi toda manera de distraer el pensamiento para dormirlo y dejarme ser. Aunque sea un día más.