No es miedo...

Es como si cada vez que hubiese escuchado la palabra "amor" me dieran ganas de correr
de correr tanto y tan rápido que me tropiezo con mis propios pies
de correr a cualquier dirección, pero a donde corra, te encuentro ahí
tanto, que parece que he corrido a buscarte.
Como si la palabra misma me gritase "huye, vete lejos, tan lejos que yo no te alcance".














Principiando.

Uno comienza queriendo escribir la vida de nadie y termina inventando la existencia de alguien. Porque hablar de una vida propia me suena arrogante y me acobardo; siento que me falta valor. Nunca he sabido narrar eventos cotidianos sin sentirme realmente estúpida, sin sentir pavor de que alguien llegase a leerlo y sobre todo, ese temor morboso a que si alguien lo hace, dudara de que mis neuronas laboran en óptimas condiciones. Creo que si me siento a escribir, es porque más que necesidad, tengo la obligación. El deber de hablar por algún yo atrapado en noséquéparte del infinito que me pide a gritos plasmarse y existir. Está bien. Comienzo a ponerme muchos disfraces explicando los por qué hago lo que hago para no tener que explicar por qué no hago lo que no hago. Por qué me quedo al margen de una línea que cualquiera cruzaría sólo para saber qué se siente estar del otro lado.
 
Yo nunca he estado del otro lado; aunque sí en imaginación, nunca en cuerpo. No me pongo en los zapatos de quien vive porque siempre me duelen o en el otro extremo, simplemente siento que me quedan grandes. He gastado el tiempo de mi existencia en creerme todos los "porque no debo" en vez de autoengañarme con todos esos rollos motivacionales que hablan de querer y poder. Tengo más momentos que omitir en mi biografía que los que valen la pena relatar, que aunque son tan poquitos (y vendándole los ojos a mi timidez, digo) me han hecho el andar una novela parlanchina que no tiene escrito el último capítulo.

Mi vida no se cuenta en partes ni lleva muchos puntos suspensivos; se relata de una y en corto tiempo. A veces creo que no se cuenta, porque no es esa mezcla de kilómetros, enamoramientos, gustos y desazones que cualquiera tendría. Que aunque he recorrido, he sentido y disentido, igual, su leve voz no se deja escuchar.

Me prometí hablar de lo que sea y como sea, con tal de despegarlo de las paredes químicas de mi mente, que salgan y se vuelen con el aire. Preferible que contaminen afuera a que lo hagan por dentro de mí pudriendo todo lo que me habita. Porque si bien hemos acordado todos los yos que tengo adentro, eso de callarse la vida es como adicción y no se sabe como dejarla, por lo que tenemos que buscar el punto de inflexión y entenderse, entenderme.

Prefacio.

Cuando se comienza a relatar algo, se tiene que empezar por deshacerse de uno mismo y volverse lo que está contando. En esta ocasión, nos volveremos el día a día, evitando y esquivando a toda costa a la timidez, al miedo morboso a la exposición pública.

Si bien uno escribe para desmenuzar ovillos y romper con telarañas internas, también escribe para ser leído y no sólo para comunicar al yo interno con el externo (o a la cantidad determinada o indefinida de yos que tenga dentro), si no, quizá para entablar una conexión con otros yo sumergidos en otras personas que posiblemente no necesiten saber, pero que quieran conocer.

Esto será como sostener un espejo y escribirle al mismo, como lo hacía la Maga. Y escribirte porque no sabes leer; porque igual, si supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes. Pero da lo mismo, será como escribirle al espejo, donde seguro no estás vos.