Mi Julio en agosto... todo el año.

Su voz diferente, su acento marcado, la erre imposible, la mirada y cara de niño, la barba de los años, el pelo de lado, mi total desconocimiento de cómo era en alguna realidad que existió antes de siquiera ser pensada. Me enloquece su literatura, me envuelve lo que veo y así me contagio el amor. Me enamora leerlo aunque le desconozca por completo. Morelliano, tan cínico y moralista ese Horacio... o un tal Lucas. Perseguidor de mundos, de sonidos, relator de sueños, aquel flaco del pulover verde para pasear por esa ciudad donde el amor se llama con todos los nombres he visitado París tantas veces como he leído Rayuela. Mis ochenta mundos son sus páginas. A deshoras, yo ni conocía a ninguna Glenda, hágame usted el favor. El enormísimo cronopio, en sus palabras, cubierto por ese triste nombre inglés, «el boom» que le dijeron. Yo no sé si andaba sin buscarlo para encontrarlo o como sea; lo que sé es que lo encontré y que nunca sería capaz de dejarlo. Sinceramente no se me ocurre mi poquita vida sin la casualidad de haberlo leído. Leerle y releerle, aunque siempre es lo mismo, siempre será diferente. Hablo de mí porque no me atrevo a hablar de él, soy nada frente a tanto: mi medio mundo. Hablo del encanto de sus palabras tan magas porque aunque sea yo nadie, en alguna parte del no-tiempo, no-espacio -evocando una frase de Galeano que yo la ajusto a él-, para que vea, Julio, lo vivo que está.

A quien entienda:


«Sí -dije- vé, vé, vé(sintiéndome, oh siempre, en el centro exacto del abandono). Vi sus ojos en el resplandor cortado de oscuridades hirientes, súbitas. Vi sus ojos en el sonido de la tormenta, en los colores ardiendo como pájaros muy efímeros. Que se vaya -me dije- yo no pretendo, no intento, no comprendo. No me dejes -dijo- no me exiles de ti. En lo alto, en lo puro del abandono. Llamarme a mí pequeña abandonadora. Antes de desaparecer vi sus ojos no comprendiendo. Trémulo gesto de mi cara para ir a llorar importantemente en la noche del no sé sabe quién es abandonado.»

Alejandra Pizarnik


Quise tomarme un tiempo para asimilar lo sentido. Ya sé, los sentimientos no se asimilan, sólo se sienten y párale de contar. Me lo tomé cargado y nada que lo diluyera para que no cayera tan pesado. No te tengo una frase que suene a refrán de abuelitas, ni un cuento con moraleja que te deje pensando y te haga entender, nada de eso. En algún otro momento, lo que sea que dijera lo haría con la terrible intención de alterar emociones ajenas, moverte un poquito el corazón o hacerte comprender al menos un poco; esta vez ya no, sólo quiero juntar pedazos: los míos. Verás, entendí que aunque el trayecto siga, esto ya no da para más. Puedo pasar horas y mucha tinta gastada dando millones de escusas para ya no seguir, el por qué terminé abandonando en lugar de seguir intentando. Me arrepiento de haber pedido una razón a la vida para lo-que-sea que ocurriese. Hay cosas que sólo suceden porque sí, y buscarle justificaciones es acabarlas del todo, buenas o malas, ocurrieron; como que crecimos, que nosotros ya no somos los mismos de antes, aunque eso no significa renunciar a lo que en esencia fuimos. Está bien, puedo entender que me hayas dejado atrás, mas no que te hubieras dejado también. Por eso no me vendas que los sueños evolucionan para justificar tu resignación; que madurar es adaptarse a la vida y que ésta se adapte a ti y que la felicidad es conformarse y todas esas tonterías que te hans obligadohecho creer. Si en verdad eso es vivir, prefiero no vivir. ¿Sabes? que te lata el corazón no significa que estés viviendo. En algún ingenuo momento comencé a fabricar la idea de que eramos diferentes, que quererse bastaba y sobraba, que podíamos con todo y más; we can be heroes, tarareabamos a Bowie. Nos creí irrompibles y vaya qué fuerza del estallido que nos voló en tan minúsculos pedazos, que ni pobres esperanzas de armarnos de vuelta como si nada hubiese pasado, y pasó de todo. Discúlpame, yo no quiero cerrar los ojos como tú aunque tampoco quiero entender. Ojalá John no se equivoque y vivir de verdad sea más fácil con los ojos cerrados. Ojalá pase pronto el olvido a recoger todo lo sentido, lo vivido, los malos y hasta los buenos recuerdos. Ojalá jamás te alcancen los remordimientos. Estoy renunciando, también es de valientes saber dejar ir. Tal vez no me sé valiente y aunque parece que no me atrevo, pero sé que puedo ser capaz.


pd. Te dejo cinco sonrisas, todas ya las conoces.