A lo que pasó, lo que aprendí, lo que encontré y no busqué.

No me gusta prometerme, porque eso es autojoderme. Prefiero seguir y al final, voltear a ver lo que he dejado -y me han dejado-; las huellas que he marcado y las que se fueron borrando. Aprendí que aunque las personas se vayan, no se van. Que tú decides cuánto cala el recuerdo. Que aún en la penumbra del duelo, se puede ver claro. Que una sonrisa es el mejor candil y un abrazo hogar. Que hay gente que tiene el corazón como un hogar. Que hay cosas que por más que le pongas alas y el viento les sople a favor, no vuelan. Que lo que es verdadero, vuelve: siempre vuelve. Que hay cosas que no se explican, se sienten y ya, no hay que buscarle más aguas hondas. Que estar bien no son los demás, es uno mismo. Que sobrevivimos, que sobreviviremos, porque somos supervivientes. Que jugar a la vida es jugar con paciencia. Que de las malas decisiones no he podido aprender un carajo, porque siempre caigo y sigo cayendo (entonces, hay que seguir buscando). Que hay que buscar lo que sume, no que reste, es cuando todo se multiplica, todo lo bueno. Que lo que se dijo en Martín (Hache) es la verdad y nada más que la verdad: es a las mentes a las que hay que follarse. Que no hay nada peor que las ganas mal gastadas. Las palabras dichas no sentidas. Los besos no dados. Las intenciones reprimidas. No hay nada peor que quedarse con las ganas y no tiene nada de malo no tener ganas. Que ya basta de explicar, no me puedo resolver para nadie, solo para mí. Que no me he encontrado solución y que espero tener.