NADIE PUEDE SABERLO


Es difícil saber qué es un amigo
descubrir en sus ojos la lealtad,
saber cuándo te ofrece su amistad
sin otra condición que estar contigo.

Nadie puede saberlo, eso lo digo
con el pecho partido a la mitad;
estoy pagando aún la ingenuidad
de confundir abrazo con amigo.

Yo nací para dar sin condiciones,
y me duele saber que nada es cierto
que si te busca alguien, sus razones
sólo conducen a su propio puerto.

Me cansé de bregar con falsos dones
para cierta “amistad” estoy ya muerto.





Waldo Leyva
compartido por Silvio Rodríguez. 
Y también sentido por mí.

Hogar.


y ahí donde se supone que habitas
han crecido unas florecitas
que con el tiempo me han llenado
y no sé qué hacer con tanto.
El dibujo, de mi amado Jesús Javier.

Para esos dos.

Me los imagino desde antes, mucho antes de conocerse. Probando la suerte en otras bocas, tentando al destino con cientos de «sí quiero», con una docena de «qué diablos» y varios «algo tiene que pasar»... los veo sin pensarse siquiera. Cuando alguien lleva el corazón despierto se imagina que le pueden pasar cosas buenas, porque así lo desea, pero está plenamente seguro que las excepcionales  son para los demás, sin saber que la magia puramente se encuentra en una casualidad. Así iba él, apasionado, así iba ella, radiante de pura vida. Ambos ingenuos, creyendo que una sonrisa le cambia la vida a cualquiera. En la oportunidad menos pensada, conocen sus nombres; en la oportunidad menos soñada, entrelazan sus manos, sintiendo cómo abrazan los parasiempres, que son tan reales como ellos; que no tienen nada que ver con hadas y magos, pero todo con ese hoy que están viviendo: con los dos.

Para ti, que no preguntaste.

¿Qué hace una niña que no duerme?

Tarde o temprano conocer a alguien significa tener que hablar de por qué no duermo. No sé, a las personas les intriga, aunque yo no hable de eso ni lo presuma, terminan por darse cuenta. A unos les parece fascinante, a otros les despierta el médico y están raudos diagnosticando y ofreciendo remedios que de sobra saben que botaré al cesto imaginario de las cosas-que-me-importan-un-cuerno. Tampoco creo que sea fascinante, la verdad; ni atractivo, menos envidiable. Imagínate sentir las entendederas como felino crispado sólo porque la noche anterior te la pasaste con las pupilas clavadas en el techo buscándole formas en el recubrimiento o abstraída en una telaraña casi imperceptible o en las partículas del aire, y que no te haya crecido la mecha de la paciencia lo suficiente,  que yo creo que se fabrica por las noches y con los ojos cerrados. Tampoco estoy tratando de justificar mi humor agrio como naranja de camellón podrida por tanto sol, nada de eso. Mi mamá siempre me cuenta (dos o tres veces por semana, eso ya es un siempre si le sacas pluma porque ya he vivido mis semanitas) que cuando me desarrollaba en su vientre y mi papá trabajaba en  turnos nocturnos, ella pasaba las noches en vela eterna tejiendo, sí, un rollo muy penelopezco -sí, a mí también me hace medio tragarme la risita- pero sin destejer nada. No entiendo de qué servía tanta chambrita cuando nací en el mismísimo infierno terrenal, pero bueno. Después me cuenta mi padre que podía ver los primeros rayos del sol andando él por la calle conmigo en brazos porque el paseo nocturno era lo único que medio aplacaba mis berridos. Sí, siempre he sido la llorona incurable de hasta hoy; mi abuelo -mi tata, sin pretensiones- también se acuerda de lo mismo, tenerme bajo la sombra trasnochadora de un yucateco gigantesco que engalanaba la parte central del patio de su casa, que era mi casa, que no se las ofrezco porque ya no cabemos como antes y además que ya no vivo ahí.

 Crecí con más duermevelas que sueños. No hablo de esos aspiraciones, limitémonos al tecnicismo de cerrar los ojos e irse a abrir puertas del inconsciente. ¿Qué hace una niña que no duerme? Buena pregunta, como dice siempre la gente que no tiene idea qué responder. Como mi abuela afectivamente se encargó de infundirme el temor morboso de jugar con las muñecas después de las ocho (hasta hora me dio la muy... precisa), me puse a dibujar y claro, a ver sombras en la ventana, pero dibujar me gustaba más, tanto que hasta parecía que tenía talento, de veras; también aprendí a cocinar. Esperaba a que todos sucumbieran a Morfeo para hacer experimentos que después gustosa aunque escéptica igual me tragaba; en ocasiones mi papá se atrevía a acompañarme o a primera hora cuando se levantaba a poner la primera cafetera del día, siempre hacía referencia a lo bien que olía la comida de la noche, que nunca alcanzaba definir si era sueño, pero sí que la realidad se le disolvía en él. Me causa gracia recordarme pequeñita con una bata hasta los tobillos trepándome a las sillas como escaleras para alcanzar las cosas, aunque no me he estirado mucho desde aquel entonces. A veces creo que lo imagino, es raro eso de verse como era o es uno mismo desde afuera, ¿no?


Creo que fue de noche que crecí, que empecé a escuchar la voz de la consciencia además de los imaginarios ruidos fantasmales. Fue de noche con las sábanas hasta la cabeza y los audífonos que me descubrí en algunas letras de canciones y en algunos libros y que además, éstos te hacen recorrer kilómetros, que son más que métrica. Como de noche crecí, también me atrevo a decir que es cuando tengo más vida. Ser noctámbula es también amigarse con la soledad, cuando te va peor contigo mismo y si estás de suerte, te encuentras a otro trasnochador que te acompañe en carne y voz. De noche se me quita el miedo, la oscuridad lo hace a uno más libre o más desfachatado, si le quieres llamar de otra forma, aunque también es cuando -no sé si por lo mismo o vaya a saber el diablo por qué- eres más vulnerable: como se te puede deshacer el alma llorando, se te aviva el ánima riendo por lo bajito para no despertar a tu medio mundo o simplemente te vuelves creadora de las más absurdas invenciones, como esto, o como lo que sea que terminan disolviéndose con los rayos del sol que se te cuelan entre las cortinas. ¿No querías saber? Suerte que un día me encontraron algún remedio en algún comprimido de compuestos químicos y esas cosas maravillosamente intoxicantes. ¡Ah! y que suenan las alarmas, esas vigorosas anunciadoras de rutina. Sólo hazme el favor de no contarle lo de las pastillas a mi madre.

A eso que le llaman destino:

Digamos que no fue un golpe de suerte.
Que algo en nuestro sistema nos llevaba
a encontrarnos en alguna parte del cosmos.
A lo mejor, de antes hemos coincidido.
A lo mejor, desde la gran explosión,
quién diablos puede saber.
Digamos que existir tenía un propósito:
elegirnos.
Las cosas fáciles carecen de mucho sentido;
por ejemplo, nacimos en la misma latitud
pero no es el mismo lugar
¿Qué caso tendría encontrarnos tan sencillo?
Quizá nunca nos hubiéramos reconocido.
Así lo hicimos:
unas cuantas letras y resulta que nos tenemos.
Nacimos opuestos pero a la vez compatibles.
Digamos que existe algún ser mágico 
que al jugar con sus dados
dio que nos incluyéramos en nuestras vidas.
Tenemos todo el tiempo para descubrir que
el mundo es nuestro
de principio, la parte que me toca,
la comparto contigo.

Instrucciones para apagar velas de pastel.

Imagínate una velita más.
Esta es otra, que no sobra.
Imagina una luz brillante
la más brillante que la loca de la casa te pueda encender.
Una que te ilumine esos ojitos que cargas colmados de esperanzas
y simple anhelo vehemente,
del que te abraza y te revolotea entre las costillas
del que ya te ocupa gran parte del corazón.
Llénate de esa luz que hoy brilla sólo para ti
mas no lo hace tanto como tú.
Imagina todos los desazones: salados y agrios.
todas las veces que creíste que tu pasabas por la vida
cuando era ésta que te cazaba y tú con los ojos cerrados.
ALTO. Juguemos. Pónles pies, elige sus brazos y una cabeza a tu antojo:
y ahora ríe de ellos. Quémalos. Nadie llamará a los bomberos.
Así, ríe hasta que te duelan las entrañas
y te cansen la comisura de los labios.
Sigue riendo, el mundo vibra y respira más complacido cuando lo haces.
Ahora, viene una parte crucial:
Hay que inflar los pulmones con todo ese aliento que te rodea.
Inflarlos como la memoria lo hace con todos los recuerdos
de todos los sitios, de todos los besos, de todas las personas
que te acompañaron cada vuelta del mundo.
Cierra los ojos como para que no se te escape ningún deseo.
Deja que cada uno se funda con tus pupilas.
¿Sabías que ese es nuestro propio universo y que no hay dos iguales?
Una pequeña galaxia contenida en tus ojos.
Tal de única como tú, como siempre y como nunca.
¿Estás lista?
Deja salir todo ese aire.
Que corra en dirección a esa luz, ese fuego tímido que te abrasa la cara
y no se atreve a quemarte.
Sopla fuerte, con todas las ganas de realizar todos tus imposibles.
Sopla fuerte, que se vuelva y vuele al pasado
todo lo que no quieres de este presente.
Creíste que lo había olvidado, ¿cierto?
Todos los días nacemos.
Cada vez más únicos y distantes de lo que comenzamos.
pero todas una nueva ocasión para seguir naciendo.
No dejes de hacerlo.
Feliz enero, hermana del alma.