2013.
a tu fantasma:
Tú y yo sabemos que no tengo el valor de hacerme frente: a mis yos y a ese cabrón del miedo. Hasta Silvio lo sabe que me retó a tomar papel y pluma y escribir esto mientras canta tu fantasma; sí, el tuyo. No exagero si te cuento que le hablo a tu fantasma... y le cuento y lo aburro contándole todas mis vanalidades cotidianas; mis días con sueño, mis noches en vela, felicitándolo en las mañanas por sus no cumpleaños, de aquel viernes que lloré con público, del boleto al concierto, de mis tristezas que sonríen frente a la gente, de lo mal que me hace el frío, del regalo que no me atreví a entregar, de la confesión de teamos que escuecen y que embromarme sigue siendo un deporte universal; un sin fin de cosas desde el siglo en que partiste hasta el largo día de hoy -porque todos los días tienen horas hasta el infinito desde que te has ido-. Tengo tanto que contarte de mi nada... tanto que me desanima el hecho de que quizás no quieres saberlo. Entonces así van pasando los días; dejo que se vayan amontonando, otros escapando por las puertas, ventanas, que me tumben las paredes, que se vayan replegando abajo de la cama, del escritorio, hasta que he volteado para atrás y lo único que veo es una horrible nube gris que no sé si llamarlo pasado o simplemente no llamarlo, ni he contado los días porque me asusta que sean muchos y me da vértigo saber que son pocos y que los siento como décadas.
Hoy te entendí y todos los días te entiendo de una manera diferente. Hoy también quise que fuera diferente, ahora volví a desear que existieran los hubieras, hoy, por supuesto, también anhelé ser distinta. Pueden ser casualidades u otras rarezas que pasan, pero donde quiera que ando, todo me conduce a ti, ¿ridículo, no? y sabes que cuando digo todo, es todo -con mayúsculas chillonas-: La totalidad aparente de mi insulsa cotidianidad; el día a día, el reloj, el café de la mañana, las galletas sobre el escritorio, Julio, mi madre, el camino a casa, el camino a donde vaya. Quisiera decir que hice lo que pude pero eso no es de presumir, lo que hago nunca es todo lo que se puede; lo que hice para intentarlo siempre será muy poco, aunque el instinto de conservación me dijera stop, ya no más.
Ya no sé si lo que digo realmente nos hace falta... quisiera creer que sí, quisiera pensar que puedo hacer falta, pero siento lo contrario. Creo que mi ausencia es esa buena chica que no lastima, que ni siquiera se hace notar, tan diferente a la tuya. Pero cuando puedas vuelve, porque asecha tu fantasma, jugando a las escondidas y
...y los días siguen sin ser inteligentes y yo sin poder ir más allá.
Lo (in)correcto.
No hay nada de qué sentirse orgullosa, mucho menos de qué jactarse, pero el primer paso es reconocerlo. Para mí ha sido el primero, el segundo y hasta el último y ahí sigue: estático. Entonces, al primer paso le falta un enorme complemento: la voluntad. Sin voluntad, no hay ganas, sin ganas, hay nada; o todo, pero todo reducido, todo viciado y todo -como repito y repito hasta lo ridículo-, hecho nada. Ante todo esto, reconozco al gran monstruo sin voluntad siendo una maraña de errores que tengo delante cuando estoy frente al espejo.
Viví y vivo equivocada. Desde chica me compré la idea que me vendieron de ser siempre uno mismo, que quien te quiere de verás te quiere como eres, sin máscaras ni disfraces vergonzosos; lo cierto es que no es cierto. Puedes encontrar muchos tequieros y sentirlos sinceros, pero de repente ¡Bam! te estalla en la cara: uno no quiere lo que no le gusta. Pero así uno crece, creyendo que puede creer, que no está mal decir que cree, querer bien, creyendo que puede decir, diciendo lo que quiere y no es cierto. Uno nace con dos oídos y escucha, una boca y habla, vemos a los demás que también y cree que puede escuchar y no es cierto, nadie escucha lo que no le apetece, ni uno lo propio dicho si no le gusta. A uno le ponen corazón y cree que siempre puede latir y no es cierto. A uno le dan vida y le enseñan que en ésta se mide el tiempo y al tiempo los relojes y cree que por eso puede jurar parasiempres y no es cierto. A uno le dicen que debe aprender a decir lo correcto y no es cierto, porque muchos de todas las veces lo correcto es callarse, pero, ¿quién sabe qué realmente es lo correcto? ¿Y si lo correcto no es callarse?
Tal vez lo más acertado sería aprender a soltarlo todo, no a callar, que eso es solo taparlo con espeso silencio y encerrarlo a que se pudra. Entonces, juntando los pedazos, entre tanto puedes darte cuenta de una cosa: que para ser y estar bien y de buenas, hay que aprender que existir es un constante dejar ir, dejar ser y dejar pasar. Y aquí sí, que más da si también me estoy equivocando en eso, ya no aspiro a decir nada correcto.
Entre todo, qué vil putada haber creído que (me) podía querer, ¿no?
De cómo se me volvieron las alas aletas para no ahogarme en un vaso de agua.
— Tengo que irme; si me quedo, nos vamos a ahogar.
— Entonces, aprenderemos a nadar.
Carta abierta a mis temores.
Nota al margen.
He estado intentando que no duelas
intentando habitar este mundo como si nunca lo hubiese compartido contigo.
La manera más fácil de tranquilizar el recuerdo
es entendiendo lo ajeno que siempre fuiste,
hasta cuando pensé que te tenía, fuiste imposible,
porque había que afrontarlo: yo no sé volar.
Yo volaba porque me veías, porque así me imaginabas.
Ni siquiera existía, sólo cuando me pensabas.
Yo volaba cuando decías «eres mía».
Yo volaba cuando sentía que me querías.
Nunca supe volar, no se me daba el viento con las alas.
Y es justo en eso, que pronunciabas «eres mía»
que dejabas de pertenecerme de a poquitos y pensabas que no me daba cuenta...
Esos «eres mía», los que te dejan marcada para siempre
y retumban en la cabeza, con sólo cerrar los ojos.
En fin y en inicio, ¿qué voy a saber yo si te da lo mismo tenerme a mí que tener a mil?
Juego de necios.
Adieu.
Clara no volteó atrás pero ojos le faltaron en la espalda; aunque la duda existía, el orgullo la mordía, nunca sabría si Diego la miró hasta que desapareció. ¡Se acabó! —ella pensó, con los ojos bien cerrados para no afrontar. No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, cuando con el índice diestro se limpiaba la mejilla izquierda y con la palma de la mano zurda evitaba el derrame colosal de las lágrimas del ojo derecho.
Y lloró; a fin de cuentas, nadie se había dado cuenta, y si lo hacían, la miraban sin mirar. Lagrimeaba por... por... ¡Por estúpida!,— decía en voz alta sin pena a que alguien la escuchara. Ahora habría que volver al principio o comenzar de nuevo, aunque lo anterior no haya sido terminado del todo.
Parecía juego de niños testarudos, ¡tonto el que se de la media vuelta, pero más idiota el que se retracte! Así que preferible la herida abierta a la sutura, al fin y al cabo sola va a sanar. —Sola tiene que sanar. Sola me quedo. Sola estoy, repetía—. Quién sabe en qué putas tenía clavada la mente Diego en el momento de toda la tragedia sin tragedia aparente; ojalá en pretender ser inolvidable, porque desde ese momento y para siempre lo sería. Felicidades.
Y ahora, a empezar de nuevo, a volver al principio; aún con la duda picando la conciencia. Cómo jode no decir adiós, porque no se sabe si sólo fue un «hasta luego» o un simple «te dejo y ya». Cómo jode ser la misma Clara con ideas poco nítidas; hasta parecía una broma (risas y sarcásticos agradecimientos a los que la bautizaron).
¿Qué estaría pensando él? — Se atosigaba mientras se comía las uñas, —mal habito que ni siquiera acostumbraba—. Seguro no le no le ha de estar dando mil y un vueltas, tonta. Quien dijo mañana será otro día y todo pasa, no tenía ni puta idea; jamás había experimentado una despedida o una escena absurda en la que una bruta dice algo seudointeligente y un pendejo se queda perplejo mirando como se marcha. Quien dijo que todo pasa, no tenía ni puta idea, de todo queda cicatriz, de esas que escuecen más en días nublados.
Y lo bueno que el sol le quemaba aún con la herida abierta. Nadie se duerme destrozado y amanece armado; eso de los milagros se le dan sólo a los afortunados. Quien dijo mañana será otro día, no tenía idea de despedidas. Seguro habría que darle tiempo al tiempo, pero Clara no lo sabía; se le iban las horas que se le hacían días pensando las cosas que nunca le dijo, las despedidas que no fueron, las palabras que no se dijeron.
¡Tonto el que se de la media vuelta, pero más idiota el que se retracte! Mientras, el orgullo clavándole los dientes en las entendederas. —Qué va, Clara que va a entender. A Clara se la tragaba el orgullo sin masticarla—. Seguro lo que más le podía era ser la que recordara lo inolvidable.
Aquella vez no sonó ningún clásico, pero vaya que desde aquel entonces había canciones que hablaran de él y de ella, pero nunca de los dos juntos. Vamos Clara, sin ser personaje bíblico, levántate y anda, que todavía te toca mucho andar; te queda jugar a la vida y a que te lo topas en cada esquina. ¿Quién dijo que no volverían a verse? Tal vez también te toca creer en el destino y dejar al azar los encuentros. Vamos Clara, que si el destino existe, que se manifieste; el guión ya está escrito y es simple: adieu, ciao, au revoir, adéu, antio, salve... adiós, sí que te habría querido.
De tanto que lo intenté.
Creo haber entendido por qué prefieres mantener viva la distancia aunque me respires de cerca; lo de nosotros no tiene manera aparente de ser. Es cierto, doy la impresión de que tú tienes que quererme, quererte y querernos por los dos; que tú tendrías que hacer el trabajo duro por ti y por mí, aunque con lo que yo nos quiero bien nos alcanza para nosotros y para uno que otro que se sienta necesitado. Se me nota a millas y sin verme siquiera la tremenda loquera, no te culpo. Tal parece que no me alcanza el tamaño para quererte tanto cuando lo que me encoje es quererte demasiado (demasiado, con la connotación negativa que la misma palabra indica).
No se puede querer de más y pretender seguir siendo uno mismo. Es como estar en dos lugares a la vez, como querer volar amarrado a las raíces. Estoy llena de buenas intenciones y otros peores padecimientos mentales. O vacía, porque me tienen cansada. Estoy cansada de hacer que todo parezca que sólo tiene la función de ser bonito; llevo al incordio mi necesidad de saber tus palabras, que me dirías, atiborrar tanto silencio que no se llena con nada, estos silencios que se han vuelto de todo: desquicio, el río metafísico en el que hay que cruzar sin ahogarse, cruz, llaga, estigma, el karma en el que no creo, la maldita alarma en domingo por la mañana; que se han vuelto de todo, mi todo, menos compañía, porque de ser muy tuyos, ahí no te encuentro y de todos los tal vez, este es el más certero; no te encuentro porque no te busco, porque de buscarte me pierdo y a saber de sobra que a lo único que le soy jodidamente fiel en esta vida, es a mí misma.
De haber querido querer, esto sería diferente, sería lo bonito que dicen que es. Porque a una cuando le dicen que querer es muy bonito no le dicen que hay que querer queriendo y que sólo es bonito cuando te quieren; así duelen menos las ausencias, las distancias no escuecen tanto y llenar silencios no parece pura perdida de tiempo. En fin, soy incapaz de hacer que esto tenga sentido alguno.
Cómo muerden estas ganas de hacerte a un lado y seguir el recorrido. Quizá es mejor tenerte de lejos, que de cerca me envenenas. Quizá de cerca todo lo bien que te quiero se vuelva puro hacerte daño. Con lo que me gustas aquí cerquita...
En el sabio delito.
A quien está del otro lado, a mi soledad concurrida:
Ven.
Como me pasan las horas por encima
A nadar en mis pupilas absortas en tu boca
Ven a hablarme de tu nada
Ven a jugar que existe la eternidad
Hazme eterna
Juega que existo
Vuelve los nunca siempre
Ven que muerdo
Ven que duele menos tenerte aquí
Se mi aquí
Ven a restarme soledad
Ven que nos dividimos las ganas
multiplícame las sonrisas
Súmame memorias
Déjate el sueño en mi almohada
Ven que volvemos sueño lo vivido
Ven que te sueño despierta
Hazme despertar
Ven que te escribo poemas en la espalda
Ven que me desarmo en tus brazos
Ven que se me olvida lo vivido
Ven que la ausencia escuece
Ven que el silencio sofoca
Ven a decirme que es la última vez
Ven y dime que ya no vuelves
Ven y quédate.
Quédate.
Lo que no se dice...
Cuando le pregunté por qué el beso,eres poeta, para que no te quedes sin qué escribir,— me dijo.
La gracia de esto no son los rodeos, ni las mascaras que le ponga a todo lo que diga; todo está en las cosas que digo sin decir y en las que nunca te dije porque no me atreví o porque simplemente no encontré medida.
No, no puedo. Al miedo ya lo llevo encarnado; ya tengo la consciencia fundida en el temor, en muchos nopuedos. Es reflejo, ya me llevo la mano a la boca para callarme sin haber dicho algo.
Entonces atacan los recuerdos, el fantasma de los días pasados, lo que hubiese cambiado, lo que me hubiese callado, lo que hubiera hecho diferente, todo eso amarra y no te deja ser libre; todo eso que tuve que decir y no pude. Teniendo algo que te ate al pasado nunca puedes moverte del todo como quieres, y mira que a veces son tonterías, como no decir perdón a tiempo, como los ven que deje ir y no fui, como los quédate que se me ahogaron de cobardía. Entonces vuelvo a crear historias, regreso a los ysis y a los hubieras.
Pues verás. Inventemos historias, engañemos al miedo creando tragedias; dicen que los escritores tienden a ser trágicos para parecer interesantes, a ser trágicos para tener algo que decir. En realidad, muchas veces poca idea tenemos del dolor, el amor del que hablamos cuando escribimos; fingimos bien, aunque realmente lo sintamos.
Contemos historias. Una, una historia. La historia de nadie. Mejor: la historia de dos nadie. Dos nadie, diferentes, líneas paralelas y todos esos ejemplos burdos que se dan cuando se trata de decir lo contrario de "el uno para el otro". He ahí la primera premisa: ambos eran o uno u otro. Uno haciendo y deshaciendo el mundo a punta de palabras bonitas y el otro a tiro de besos y sonrisas persuasivas. Dos nadie vueltos alguien. Las líneas paralelas se tienen de frente: las líneas paralelas se acercan. Uno lee, el otro escribe. Uno pasajero y efímero y otro permanente y duradero. Uno era idea, el otro idealizaba. A decir verdad, sólo puedo hablar por uno, no por otro, mucho menos de los dos -aquí va, el miedo de nuevo, el miedo vence-. Puedo hablar por uno que tiene el recuerdo del otro, el (siempre) recordado. El uno permanente que observa al otro, aunque físicamente cercano, siempre a lo lejos. El otro va en lo inquerible porque es ajeno, allí donde el uno no se acerca porque es desconocido.
Uno, este uno, que es una; una, que tal vez es ella. Ella que quizá es demasiado joven y absorta en sí misma para enredarse en vidas ajenas. Se sienta a querer y acariciar el recuerdo. ¿Qué recuerdo? Digamos que hay una aproximación, sí, el recuerdo de un beso, o tal vez de varios recreando escenas con la imaginación y se imagina la caricia, lento, muy lento. Sonríe complacida porque probablemente -sin precisar-, la escena se desarrolla en su lugar favorito; de la nada se esfuma la sonrisa porque quizá y sólo quizá sólo fue un acto perverso del otro, para que no lo olvidase, para aferrarse a la memoria de ella. Las manos a la cara: lo logró. El otro se firma en la memoria de uno (uno que es una, una que es ella) con tinta imborrable y a uno no le queda más que aceptarlo, lo acepta y recuerda aquella sonrisa persuasiva. ¿Cómo le explica al mundo que no se enamoró ni se enamoraría pero el flechazo persiste por aquel gesto único? Bueno, vaya capacidad de abstracción; vaya manera de distraer al miedo, que tal vez pueda ser sólo eso: distracción, pero nadie le quita lo besado.
A quien corresponda, correspóndeme.
He acordado callarme cartas futuras, ahorrarme la tinta. La verdad que todo es por dudas, se me juntaron los no sé si me lee / no sé si me piensa / no sé si me quiere. A lo último le pongo un no rotundo y a los demás todavía me concedo el beneficio de ponerlos en tela de juicio. Me engaño y me lo creo, me lo digo de tal manera que suena de forma genial y es ideal.
El egoísmo a tomado la tiza, empezó a dibujar círculos y me he quedado atrapada en medio; no logro salir. Sucede que no puedo seguir escribiéndole si no me escribe. No quiero. Ya sé que dije que sería como escribirle al espejo, ya sé que comencé estando segura que no habría respuesta alguna para mí, pero sucede que no puedo con tanto. No puedo animarme si no se anima, si no me anima.
De repente se me olvida que me lee y pienso que así es mejor. De la nada se me ocurre usted leyendo, viendo más de lo que mira, sujetándose la barba, solo, con mis letras de frente y me abruma, me da pánico que como me lee, me olvida. Me confunde y eso me hace arder.
No lo tengo, usted no es mío; la única manera de tenerlo es en recuerdo, encerrando lo vivido en pequeñas cápsulas de tiempo; lo fugaz e inolvidable. Permítame guardarlo también por escrito; por lo menos en letras describiendo sus horas muertas o, hágame saber si mis palabras lo incomodan. Dígame qué siente al leerme, al saber que le escribo. Si al leer cierta novela me hago presente o si no me recuerda en lo absoluto hasta que me tiene de frente.
Nunca hay suficiente, pero con dos palabras puede bastar. Escríbame que eso me hace volar. Escríbame, que me tiene. Escríbame, escribir es como besar.
Martes.
A quien pregunta:
Pues verás; se siente como el primer pestañeo matutino sin ser realmente consciente de que has despertado. Se siente como los rayos del sol sobre mi piel en alguna hermosa y remota playa desconocida mientras yo camino por la acera llovida bajo un cielo alegremente nublado. Se siente como todas las cosas y el orden de las canciones que no recuerdo de mi mejor borrachera. Se sienten como las palabras que no te escribo, como lágrimas en la lluvia, como el mismo paso del tiempo sobre una roca; se sienten como... no se sienten.
Al que no (me) lee:
A quien nunca fue mío:
Hemos ido más allá de todo. Hemos destendido las alas y pasado volando todas nuestras barreras y límites. Hemos sido de todo menos uno mismo. Hemos sido, sin querer pero amando, lo que el otro ha querido. Hemos sido todo y nada a la vez; aunque ante todo, hemos sido menos que más.
He buscado y he encontrado. No a ti, no a ellos, sino a mí. A ese yo que no me gusta; ese yo que necesita en vez de que lo necesiten, ese yo dependiente. ese yo que echa más de menos que de más. Ese yo que espera, espera, espera, espera... y espera demasiado, sin límite. Ese que busca dar explicaciones sin haberlas solicitado. Y, por lo pronto, todo el yo que me queda. En esas circunstancias, no sabes lo que duele ser uno mismo y la verdad, ni yo quisiera saberlo. Sí, suena contradictorio, pero si me duele no lo sufro; no te sufro. Porque estoy, en términos simples y resumidas cuentas, más tranquila. O al menos no siento que me muero por dentro; y no como la mujer de aquella película, porque no tengo ganas, ni siquiera pequeñas de empezar otra vez, menos contigo.
-Y ésta es la parte más dolorosa- No quiero volver al principio. Porque ya sé cómo termina y la situación pierde simpatía. No nos juremos cambios, ya de todos es conocido que no los acepto fácilmente y eso nos hace volver a lo de antes, no tiene caso. Sin sufrir y sonriendo.
No me adelanto, no juego con el score, no juego a ser mayor, -pero que ganas de ser mayor y ser yo quien te enseñe lo del amor sin amor-, no busqué salidas, no encontré el escape. Al final, tal vez sí las cosas se dieron como novela francesa, siendo tú y yo protagonistas. Esa que tanto nos encanta, sobre todo esa parte en la que a él lo deportan y ella se quedó en la ciudad lluviosa de ensueño (que en realidad es una triste pesadilla húmeda) o tomó un barco y volvió a Montevideo, o lo que fuere: tú nunca lo supiste. Y aún por encima de todo, tú nunca lo supiste.
una...
dos...
Si existiera un Dios tal vez él sería quien me entendiera...
Debilidades.
Es que yo simplemente, hay veces, que no debo ver; que me pregunto una y otra vez ¿por qué me enseñaron a leer? Tengo el talón de Aquiles en los ojos, la kriptonita en las letras. Me enloquece su literatura, me envuelve lo que veo y así me contagio el amor. Me enamora leerlo aunque le desconozca por completo. Me vale lo mismo si miente o no, me enamora pensar que le provoca escribirme.
Nunca digas nunca.
Acción y reflejo del llanto.
Placer del beneficio.
Razones.
¿Por qué le quiero? ¿Qué es o qué más me gusta de él? ¿Me pregunta seriamente? Pues verá; simplemente va de la punta del pie que siempre planta decidido hasta el extremo más alto de todas sus ideas y ambiciones. Me gusta como no le basta lo ya dado por hecho, que no le sea suficiente lo simplemente convencional; que mis noes no sean motivo para detenerlo. Porque juntando sus piezas, cualidades y defectos y armándolo como a un rompecabezas, pareciera que es la manifestación física de todos mis deseos. Me gusta porque seguro no existe y lo tuve que haber inventado.
No es miedo...
de correr tanto y tan rápido que me tropiezo con mis propios pies
de correr a cualquier dirección, pero a donde corra, te encuentro ahí
tanto, que parece que he corrido a buscarte.
Como si la palabra misma me gritase "huye, vete lejos, tan lejos que yo no te alcance".
Principiando.
Mi vida no se cuenta en partes ni lleva muchos puntos suspensivos; se relata de una y en corto tiempo. A veces creo que no se cuenta, porque no es esa mezcla de kilómetros, enamoramientos, gustos y desazones que cualquiera tendría. Que aunque he recorrido, he sentido y disentido, igual, su leve voz no se deja escuchar.
Me prometí hablar de lo que sea y como sea, con tal de despegarlo de las paredes químicas de mi mente, que salgan y se vuelen con el aire. Preferible que contaminen afuera a que lo hagan por dentro de mí pudriendo todo lo que me habita. Porque si bien hemos acordado todos los yos que tengo adentro, eso de callarse la vida es como adicción y no se sabe como dejarla, por lo que tenemos que buscar el punto de inflexión y entenderse, entenderme.