2013.



Si me pongo a hacer un recuento del año que se va, seguro termino mal, en colapso nervioso o vuelta un mar. Perdí, perdí mucho, sinceramente, perdí todo a lo que jugué y a lo que no, lo perdí por default; pero igual, al que viene no deseo ganar. Esto simplemente es para no quedarme nada entre los dedos, pensar que algo se me aferra en las manos hace que se me llenen los ojos de agua. No sé si son las gracias que debí dar, los perdones que no pedí o los tequieros que no alcancé a decir y no es o fue el orgullo comiéndome a grandes bocanadas lo que no me permite decirlo, sino el instinto de conservación que me indica que algo debo guardar para no terminar de quebrar el amor propio. Que si lo intenté, si no lo intenté, ¡qué diablos! éste no es más que un día más, mañana no cambia nada, sólo el almanaque que ya no soporta más días para la misma cuenta. Pasa que no pasa nada que no quieres que pase; pasa que no es más que un día más, aunque es una buena oportunidad para un sencillo ejercicio: es solamente voltear al rededor, observar detenidamente los tropiezos y descalabros, las sonrisas y los buenos ratos, que se te hinche la memoria y el corazón más con lo bueno que con lo malo.

Si lo único que cambia es el calendario y los inventos del tiempo, me permito hacer un esfuerzo para esbozarle por lo menos una mueca de contenta a lo vivido que lo vivimos y bien, a lo que viene que es mejor no tenerle remota idea. Qué grandes deseos de ser feliz y sobre todo, hacer feliz a los que me rodean y les toca un pedacito de mí, cuántas ganas de jurarme yanos, ahorasís.

Tuve 365 días para puro vivir que no sé realmente cuánto fue que aproveché. Eso sí, atesoro y resguardo con el alma esos días que me dieron recuerdos para olvidar nunca. No estoy segura, pero tendré 365 días más para puro equivocarme, para puro buscar y buscar si me pega la gana; no sé si encontraré, no sé cuánto aprovecharé, seguramente nada será suficiente, lo más seguro que nada es seguro, quién sabe. Todo está en dejar ser, dejar y permitirme. Todos las horas son la hora, todos los días son el día, todos los momentos son el momento. ¡Felicidades por estar vivos a todos!



Postdata: Y si por negligencia mental algo se quedó en el tintero, que se cargue a otra pluma o a la misma pero a una que mi mano ya no empuñe más.

a tu fantasma:



Sí que la música traiciona a veces. Por eso, me decido a tararearte todo lo que se te extraña...
Tú y yo sabemos que no tengo el valor de hacerme frente: a mis yos y a ese cabrón del miedo. Hasta Silvio lo sabe que me retó a tomar papel y pluma y escribir esto mientras canta tu fantasma; sí, el tuyo. No exagero si te cuento que le hablo a tu fantasma... y le cuento y lo aburro contándole todas mis vanalidades cotidianas; mis días con sueño, mis noches en vela, felicitándolo en las mañanas por sus no cumpleaños, de aquel viernes que lloré con público, del boleto al concierto, de mis tristezas que sonríen frente a la gente, de lo mal que me hace el frío, del regalo que no me atreví a entregar, de la confesión de teamos que escuecen y que embromarme sigue siendo un deporte universal; un sin fin de cosas desde el siglo en que partiste hasta el largo día de hoy -porque todos los días tienen horas hasta el infinito desde que te has ido-. Tengo tanto que contarte de mi nada... tanto que me desanima el hecho de que quizás no quieres saberlo. Entonces así van pasando los días; dejo que se vayan amontonando, otros escapando por las puertas, ventanas, que me tumben las paredes, que se vayan replegando abajo de la cama, del escritorio, hasta que he volteado para atrás y lo único que veo es una horrible nube gris que no sé si llamarlo pasado o simplemente no llamarlo, ni he contado los días porque me asusta que sean muchos y me da vértigo saber que son pocos y que los siento como décadas.

Hoy te entendí y todos los días te entiendo de una manera diferente. Hoy también quise que fuera diferente, ahora volví a desear que existieran los hubieras, hoy, por supuesto, también anhelé ser distinta. Pueden ser casualidades u otras rarezas que pasan, pero donde quiera que ando, todo me conduce a ti, ¿ridículo, no? y sabes que cuando digo todo, es todo -con mayúsculas chillonas-: La totalidad aparente de mi insulsa cotidianidad; el día a día, el reloj, el café de la mañana, las galletas sobre el escritorio, Julio, mi madre, el camino a casa, el camino a donde vaya. Quisiera decir que hice lo que pude pero eso no es de presumir, lo que hago nunca es todo lo que se puede; lo que hice para intentarlo siempre será muy poco, aunque el instinto de conservación me dijera stop, ya no más.

Ya no sé si lo que digo realmente nos hace falta... quisiera creer que sí, quisiera pensar que puedo hacer falta, pero siento lo contrario. Creo que mi ausencia es esa buena chica que no lastima, que ni siquiera se hace notar, tan diferente a la tuya. Pero cuando puedas vuelve, porque asecha tu fantasma, jugando a las escondidas y yo estoy muy vieja ya el alma me pesa mucho.

...y los días siguen sin ser inteligentes y yo sin poder ir más allá.
 

P.D.: ¡Los peores ni te cuento, porque no vas a creer!

Lo (in)correcto.

 Noviembre, 2013.


Cuántas ganas tengo de decirte como Julio, con enorme egoísmo que no me importa no escribir, que me da lo mismo o menos no escribirte. No se me ocurre nada más que me estoy equivocando. No es ninguna novedad: siempre me equivoco. Abro caminos con errores y como empiezan, tienen que terminar; ya dicen, lo que mal comienza, mal acaba, es obvio.

No hay nada de qué sentirse orgullosa, mucho menos de qué jactarse, pero el primer paso es reconocerlo. Para mí ha sido el primero, el segundo y hasta el último y ahí sigue: estático. Entonces, al primer paso le falta un enorme complemento: la voluntad. Sin voluntad, no hay ganas, sin ganas, hay nada; o todo, pero todo reducido, todo viciado y todo -como repito y repito hasta lo ridículo-, hecho nada. Ante todo esto, reconozco al gran monstruo sin voluntad siendo una maraña de errores que tengo delante cuando estoy frente al espejo.

Viví y vivo equivocada. Desde chica me compré la idea que me vendieron de ser siempre uno mismo, que quien te quiere de verás te quiere como eres, sin máscaras ni disfraces vergonzosos; lo cierto es que no es cierto. Puedes encontrar muchos tequieros y sentirlos sinceros, pero de repente ¡Bam! te estalla en la cara: uno no quiere lo que no le gusta. Pero así uno crece, creyendo que puede creer, que no está mal decir que cree, querer bien, creyendo que puede decir, diciendo lo que quiere y no es cierto. Uno nace con dos oídos y escucha, una boca y habla, vemos a los demás que también y cree que puede escuchar y no es cierto, nadie escucha lo que no le apetece, ni uno lo propio dicho si no le gusta. A uno le ponen corazón y cree que siempre puede latir y no es cierto. A uno le dan vida y le enseñan que en ésta se mide el tiempo y al tiempo los relojes y cree que por eso puede jurar parasiempres y no es cierto. A uno le dicen que debe aprender a decir lo correcto y no es cierto, porque muchos de todas las veces lo correcto es callarse, pero, ¿quién sabe qué realmente es lo correcto? ¿Y si lo correcto no es callarse?

Tal vez lo más acertado sería aprender a soltarlo todo, no a callar, que eso es solo taparlo con espeso silencio y encerrarlo a que se pudra. Entonces, juntando los pedazos, entre tanto puedes darte cuenta de una cosa: que para ser y estar bien y de buenas, hay que aprender que existir es un constante dejar ir, dejar ser y dejar pasar. Y aquí sí, que más da si también me estoy equivocando en eso, ya no aspiro a decir nada correcto.

Entre todo, qué vil putada haber creído que (me) podía querer, ¿no?

Carta abierta a mis temores.

Me he agotado la poca reserva de paciencia con la que me aventaron al mundo aguantando la misma estupidez del deber sobre el querer, ya no.
Estoy cansada de los mismos diálogos sin rostro, de tener que vencer los brazos con cargas que ni siquiera son mías; harta de  decir y repetir y repetir y repetir hasta el incordio las mismas líneas que suenan y resuenan a vacío. Que caiga el telón porque el próximo acto ya no lo doy yo. Ya no más, ya no voy.

No puedo dejarme para que seas, no quiero. No puedo vivir de tu vida, de tus ganas, de lo que te sobra; no quiero. Ya no quiero, siento que no sigo; entre la idea de ir y decirlo todo y quitarme este horrible disfraz, explicar lo que no pueden ver, pero siempre termino dudando --porque tampoco puedo ver por otros ojos que no sean los míos--.

A este melodrama sin sentido lo único que le falta es el final, lo pide a gritos y no, siento que las únicas líneas que puedo darle son puntos suspensivos; si esto hubiese sido diferente... ¡nada! ni siquiera las despedidas me interesan: la mala de la película se cansó de la misma tragedia.

Cuando decides que es momento de pensar en ti y, por lo mismo, dejas de hacerlo y te pones a pensar en ellos, y ellos, los buenos, y te pasa lo que te pasa, y lo que no, y todo lo que la vida a decidido darte y lo que a omitido para ti y sigues pensando en ellos; y lo haces callando, por lo bajito, para adentro, sin que nadie se entere que siempre terminas pensando en ellos, que no saben que a la mala de vez en vez le queda grande y pesado el papel de villana.

Y terminas pensando en ellos como un todo, un todo compacto y unido; acabas pensando en todo: todos y tú sólo eres la S, la última letra, la omisible, la que se puede borrar y seguiría siendo una palabra válida, una unidad.


--Hay que ver como a nadie le interesa la S al final en esa y otras muchas palabras.--

No puedo hacer que creas, veas y sientas lo que yo, ni siquiera puedo obligarte a que supongas todo esto que acabo de escribirte --ni imaginarlo siquiera-- Sigo forcejeando con la idea de ir y deshacerme del ridículo disfraz y entonces, pueden ocurrir dos cosas (o las que sean, las intenciones me limitan): que salgamos todos indigestados por tragarnos tantas palabras en descomposición o que resultemos todos raspados y despotricando contra todo, pero al final aliviados y conscientes que aún con todo, nos queda bastante presente para vivirlo con ganas. O como sea, las ganas se quedan en nada. Y tal vez el único final que me queda es el de la mala de la película, la que siempre sucumbe al caos, termina en una celda olvidada, muere en una explosión o volviéndose loca. Como en 1999: sólo quiero ser espectador; relax, entertainment.

Siempre me había gustado quedarme hasta el final de los créditos, pero después, no sucede nada; sólo como Neruda: que me canso.

Nota al margen.

He estado intentando que no duelas
intentando habitar este mundo como si nunca lo hubiese compartido contigo.
La manera más fácil de tranquilizar el recuerdo
es entendiendo lo ajeno que siempre fuiste,
hasta cuando pensé que te tenía, fuiste imposible,
porque había que afrontarlo: yo no sé volar.

Yo volaba porque me veías, porque así me imaginabas.
Ni siquiera existía, sólo cuando me pensabas.
Yo volaba cuando decías «eres mía».
Yo volaba cuando sentía que me querías.
Nunca supe volar, no se me daba el viento con las alas.

Y es justo en eso, que pronunciabas «eres mía»
que dejabas de pertenecerme de a poquitos y pensabas que no me daba cuenta...
Esos «eres mía», los que te dejan marcada para siempre
y retumban en la cabeza, con sólo cerrar los ojos.
En fin y en inicio, ¿qué voy a saber yo si te da lo mismo tenerme a mí que tener a mil?

Juego de necios.


De haberla visto antes... Con las mismas piernas envueltas en medias gastadas y las botas sucias, ¡tenías que verla! —Diego sonreía—. Nadie contaba historias como Diego, no hay que verlo para sentirlo, sólo habría que oírlo.— Todavía usaba plumas de ave colgando del cuello como si fuesen recuerdos de sus vuelos; el cabello que le mecía el viento, —suspiraba y seguía sin aire —, igual que siempre, como con prisa, pero con calma a la vez; como que le apremiaba las ansias de ver a alguien, seguro a nadie, su nadie, —se le entorpecían las palabras y le tropezaban unas con otras, así era cuando hablaba de Clara. —Andaba como nunca con esa boquita de rosas que tanto duele besando, que tanto besa doliendo, que tanto habla callando, que tanto dice sonriendo. A Diego le picaban los buenos recuerdos. 

Allá iba  Clara, sin verlo, sin voltear, sin darse cuenta que flotaba, porque los pies no le alcanzaban el suelo... y Diego todo eso lo veía; todos los días, pasadas de las cinco, desde la misma banca, con el mismo libro, en la misma página desde aquel otoño en el que la vio descuidada, siempre le había tocado verle la espalda. Todos los días a la misma hora experimentaba los desazones de las despedidas, no se imaginaba que en descuido ella se le acercaba y la tendría tan cerca, ¡Qué tan cerca!

Ya le sabía el nombre sin preguntárselo, ya le sabía los gustos y las manías sin entenderlas realmente. Diego callaba, no le quedaba más. Callaba cuando la miraba, callaba cuando ella le hablaba sin decirle nada, callaba cuando la veía saltar de su cama a la vida y nadie contaba las historias como Diego. Sabía sin entender todo lo que Clara pensaba; así la veía siempre, como el nombre, siempre nítida. Desde aquel entonces, cuando la miraba que volaba.

 «Hola», «Adiós» las palabras mágicas que nunca pronunciaban. Diego callaba, no le quedaba más; cuando la veía saltar de la cama a la vida, Diego callaba, no le quedaba más. A Clara le gustaba que le hablara, él lo sabía. Diego callaba, no le quedaba más, y sin embargo, nadie contaba las historias como Diego.

Qué bien se sentían días y noches con Clara al hombro escuchándole mil y un mentiras de grandes desconocidos, mil y un veces la primera vez que la vio, mil y un veces todas aquellas ocasiones que se le iba el aliento al verla flotar. A Clara le gustaban las palabras. Hola y adiós, nunca se decían. «No es cierto, ¡nadie se enamora de una desconocida!» así terminaba todas aquellas mil y un mentiras de todas las ocasiones que perdía el aliento al verla volar. 

Él nunca haría lo que Clara quería. Diego sabía que de haber un final... no, Diego no sabía de finales: era un cobarde envalentonado. Le gustaba hablar de fuego y le temía al incendio. Clara era fuego que le provocaba incendios. 

Y de la nada terminó como empezó: siendo el idiota que mira perplejo como el suelo se mueve bajo los pies de Clara. Siempre le había tocado verle la espalda, ¡Nadie se enamora de una desconocida!, se repetía. Tonto si la sigues, pero más idiota si te retractas, vaya juego de necios.

Ya Diego, ya queda del destino; esa vez ya no sería más. De haberla visto después, ¿qué dirías? Olá, tal vez. Bonjour, quizá. Hola... a lo mejor; a lo peor, te quedarás callado. Quien sabe, ya dicen, el azar es pésimo guionista y a ti no te queda más.

Adieu.

Dos o tres palabras de algo que le molestaba dijo Clara al despedirse y ninguno de los dos supo si se volverían a ver. Fue como todo final sin realmente un final, nadie dijo las palabras mágicas que indican despedida; ni siquiera alguno miró a los ojos del otro. Te digo, fue final sin final, algo se rompió sin quebrarse del todo. No sonó ningún clásico, no hubo quejidos lastimosos; al parecer, al cliché le faltó cliché.

Clara no volteó atrás pero ojos le faltaron en la espalda; aunque la duda existía, el orgullo la mordía, nunca sabría si Diego la miró hasta que desapareció. ¡Se acabó! —ella pensó, con los ojos bien cerrados para no afrontar. No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, cuando con el índice diestro se limpiaba la mejilla izquierda y con la palma de la mano zurda evitaba el derrame colosal de las lágrimas del ojo derecho.

Y lloró; a fin de cuentas, nadie se había dado cuenta, y si lo hacían, la miraban sin mirar. Lagrimeaba por... por... ¡Por estúpida!,— decía en voz alta sin pena a que alguien la escuchara. Ahora habría que volver al principio o comenzar de nuevo, aunque lo anterior no haya sido terminado del todo.

 Parecía juego de niños testarudos, ¡tonto el que se de la media vuelta, pero más idiota el que se retracte! Así que preferible la herida abierta a la sutura, al fin y al cabo sola va a sanar. —Sola tiene que sanar. Sola me quedo. Sola estoy, repetía—. Quién sabe en qué putas tenía clavada la mente Diego en el momento de toda la tragedia sin tragedia aparente; ojalá en pretender ser inolvidable, porque desde ese momento y para siempre lo sería. Felicidades.

Y ahora, a empezar de nuevo, a volver al principio; aún con la duda picando la conciencia. Cómo jode no decir adiós, porque no se sabe si sólo fue un «hasta luego» o un simple «te dejo y ya». Cómo jode ser la misma Clara con ideas poco nítidas; hasta parecía una broma (risas y sarcásticos agradecimientos a los que la bautizaron).

¿Qué estaría pensando él? — Se atosigaba mientras se comía las uñas, —mal habito que ni siquiera acostumbraba—. Seguro no le no le ha de estar dando mil y un vueltas, tonta. Quien dijo mañana será otro día y todo pasa, no tenía ni puta idea; jamás había experimentado una despedida o una escena absurda en la que una bruta dice algo seudointeligente y un pendejo se queda perplejo mirando como se marcha. Quien dijo que todo pasa, no tenía ni puta idea, de todo queda cicatriz, de esas que escuecen más en días nublados.

Y lo bueno que el sol le quemaba aún con la herida abierta. Nadie se duerme destrozado y amanece armado; eso de los milagros se le dan sólo a los afortunados. Quien dijo mañana será otro día, no tenía idea de despedidas. Seguro habría que darle tiempo al tiempo, pero Clara no lo sabía; se le iban las horas que se le hacían días pensando las cosas que nunca le dijo, las despedidas que no fueron, las palabras que no se dijeron.

¡Tonto el que se de la media vuelta, pero más idiota el que se retracte! Mientras, el orgullo clavándole los dientes en las entendederas. —Qué va, Clara que va a entender. A Clara se la tragaba el orgullo sin masticarla—. Seguro lo que más le podía era ser la que recordara lo inolvidable.

Aquella vez no sonó ningún clásico, pero vaya que desde aquel entonces había canciones que hablaran de él y de ella, pero nunca de los dos juntos. Vamos Clara, sin ser personaje bíblico, levántate y anda, que todavía te toca mucho andar; te queda jugar a la vida y a que te lo topas en cada esquina. ¿Quién dijo que no volverían a verse? Tal vez también te toca creer en el destino y dejar al azar los encuentros. Vamos Clara, que si el destino existe, que se manifieste; el guión ya está escrito y es simple: adieu, ciao, au revoir, adéu, antio, salve... adiós, sí que te habría querido.

De tanto que lo intenté.

Se corre y se va con lo que pudo haber sido. Con esta quimera que es una reverenda putada y que se me quedó encarnada con el nombre de "nosotros".

Creo haber entendido por qué prefieres mantener viva la distancia aunque me respires de cerca; lo de nosotros no tiene manera aparente de ser. Es cierto, doy la impresión de que tú tienes que quererme, quererte y querernos por los dos; que tú tendrías que hacer el trabajo duro por ti y por mí, aunque con lo que yo nos quiero bien nos alcanza para nosotros y para uno que otro que se sienta necesitado. Se me nota a millas y sin verme siquiera la tremenda loquera, no te culpo. Tal parece que no me alcanza el tamaño para quererte tanto cuando lo que me encoje es quererte demasiado (demasiado, con la connotación negativa que la misma palabra indica).

No se puede querer de más y pretender seguir siendo uno mismo. Es como estar en dos lugares a la vez, como querer volar amarrado a las raíces. Estoy llena de buenas intenciones y otros peores padecimientos mentales. O vacía, porque me tienen cansada. Estoy cansada de hacer que todo parezca que sólo tiene la función de ser bonito; llevo al incordio mi necesidad de saber tus palabras, que me dirías, atiborrar tanto silencio que no se llena con nada, estos silencios que se han vuelto de todo: desquicio, el río metafísico en el que hay que cruzar sin ahogarse, cruz, llaga, estigma, el karma en el que no creo, la maldita alarma en domingo por la mañana; que se han vuelto de todo, mi todo, menos compañía, porque de ser muy tuyos, ahí no te encuentro y de todos los tal vez, este es el más certero; no te encuentro porque no te busco, porque de buscarte me pierdo y a saber de sobra que a lo único que le soy jodidamente fiel en esta vida, es a mí misma.

De haber querido querer, esto sería diferente, sería lo bonito que dicen que es. Porque a una cuando le dicen que querer es muy bonito no le dicen que hay que querer queriendo y que sólo es bonito cuando te quieren; así duelen menos las ausencias, las distancias no escuecen tanto y llenar silencios no parece pura perdida de tiempo. En fin, soy incapaz de hacer que esto tenga sentido alguno.

Cómo muerden estas ganas de hacerte a un lado y seguir el recorrido. Quizá es mejor tenerte de lejos, que de cerca me envenenas. Quizá de cerca todo lo bien que te quiero se vuelva puro hacerte daño. Con lo que me gustas aquí cerquita...

En el sabio delito.

Eso que nos otorgan los años... que a ciencia cierta no sé qué será, pero parece que a mí me han restado. Con el paso del tiempo si bien uno puede volverse mayor; con el paso del tiempo si mal, uno aprende nada.

Paradógicamente crecer me ha vuelto más pequeña. Cuatro meses antes de los diecinueve me escribí algo que cuatro años después, sentiría que me abofeteaba con razones y no pretextos. La realidad de aquel entonces ha perdido nitidez, se me han desdibujado los contornos de aquel yo más sensato que el que me he vuelto ahora.

Hurgando en el ayer, me encontré esto, que si yo pudiera corresponderle, le escribiría a mi yo del pasado como aquella me escribió a mí hoy, por lo menos en telegrama y solo le diría: naufragamos.


El mundo, día de un año.
 (20 de enero de 2009)


Es difícil acostumbrarse a ideas, a los hechos y a los acontecimientos, más aún, saber que es lo correcto y que no. Uno de repente, en la búsqueda de los actos precisos hasta llega a perder la noción de la realidad (o realidades, según el cristal con que se vea). Cuando no sé si estoy en lo correcto o que todo sigue igual me autoconvenzo de que lo estoy y todo es exactamente una conservación de los momentos (sí, suena a egocentrismo puro y a un acto burdo de egoísmo, además de hiperimbécil pero algo te da).

Además de acostumbrarse, es difícil dejar de vivir en recuerdos, olvidar huellas pasadas para concentrarnos en las puras futuras. No es fácil dejar de voltear atrás y mostrar una sonrisa placentera que lo vivido lo vivimos y bien; dejar de pensar qué ocurriría si nos remontáramos a tiempos añejos, ¿cómo lo viviríamos? más aún, ¿cómo nos aferraríamos a ello? Es más complicado todavía, si el pasado es lo único que tenemos en común con quien queremos, si lo de ayer resulta ser un momento de hoy para nosotros.

No es fácil salir de la caja y respirar aires nuevos. A veces, me ocurre que es tal mi aferramiento por remembrar, que recuerdo los mismos olores, veo los mismos colores, siento las mismas texturas y me aferro a ellos para no olvidarlos jamás.

Sucede que a veces los tenemos que dejar ir, o por simple error (un error muy intencional) se nos escapan por las ventanas sin darnos cuenta. Aunque en verdad, sin asustarnos, resulta ser sano y hasta vital para la preservación de nuestra cordura y la situación de la realidad.

No tengamos miedo a las palabras: no matemos recuerdos, hay que dejarlos escapar o de vez en cuando llevarlos a pasear.

Bien lo decía Neruda: Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos (o ¿si?).

A quien está del otro lado, a mi soledad concurrida:


Ahora que la soledad me está comiendo a bocanadas y yo sin inmutarme, sólo me quedo perpleja al ver como todo es lejano, como ya nada deja de pertenecerme y se vuelve el todo ajeno. Me doy cuenta que el cansancio a causado estragos y qué tan sucios tengo los pies de tanto andar y andar y no dar con algún lugar donde pertenezca.

Estoy perdida y sólo me queda suponer dónde fue que me dejé. Le abandono todas mis conjeturas a que me dejé quizá en algún tumulto de rostros familiares, de palabras amistosas y momentos que deseé fueran eternos; no me queda más que pensar que me abandoné al recuerdo y que este a su vez, me dejó en pleno desamparo. Ni el pasado tiene por qué cargar conmigo.

Quedan tan pocas ganas de desplegar las alas... además de todo que se vuelve tanto, fatiga el vuelo en solitario, a parte de planear con el viento en contra. Estoy atada a ésto que es nada y nunca será lo contrario, a una soledad que desespera y vuelve crisis la calma.

Tengo tanto de nada... o poco de todo, según el cristal con que se vea. Ya no cuento, descuento. La existencia se me hace trizas en las manos y tal vez no vivo un ahora porque no puedo acomodar el pretérito en el porvenir; por las mismas razones me aislo y de golpe llegan todas las ansiadas resoluciones: me dejé sola a propósito. No tengo a quien reclamarle un por qué, sólo a mí.

Alguna vez, una figura en plena luz, me confió en sus palabras aquello de Merton,  «Realmente, no hay soledad más peligrosa que la de una persona perdida en la multitud, que no sabe que en realidad está sola, ni funciona tampoco como una persona en medio de gente». Estoy segura que me hallo fuera de todo peligro: me reconozco perdida, en soledad y, por lo tanto, créeme que hay algo en mí que no funciona bien, lo que me hace no resultar en medio de gente. Y  por favor, si puedo contar con alguien desde hoy y para siempre, que levante la mano.

Ven.

Ven a ver cómo no duermo
Como me pasan las horas por encima
A nadar en mis pupilas absortas en tu boca
 mientras forma palabras hablando de todo y nada
Ven a hablarme de tu nada
Ven a no dormir conmigo
Ven a jugar que existe la eternidad
Hazme eterna
Juega que existo
Vuelve los nunca siempre
Ven que muerdo
Ven que duele menos tenerte aquí
Se mi aquí
Ven a restarme soledad
Ven que nos dividimos las ganas
multiplícame las sonrisas
Súmame memorias
Déjate el sueño en mi almohada
Ven que volvemos sueño lo vivido
Ven que te sueño despierta
Hazme despertar
Ven que te escribo poemas en la espalda
Ven que me desarmo en tus brazos
Ven que se me olvida lo vivido
Ven que la ausencia escuece
Ven que el silencio sofoca
Ven a decirme que es la última vez
Ven y dime que ya no vuelves
Ven y quédate.
Quédate.

Lo que no se dice...

Cuando le pregunté por qué el beso,
 eres poeta, para que no te quedes sin qué escribir, me dijo.
Tuve que consumir cantidades exorbitantes de poesía hasta intoxicarme y ver si en la enfermedad encontraba lo que andaba buscando: la coraza que minimizara todos mis miedos. Hacer el miedo aparte y sacar el valor avante, que tal vez desaprendo a decir escribiendo todo esto que se me agolpa y le llamo sentimiento.

La gracia de esto no son los rodeos, ni las mascaras que le ponga a todo lo que diga; todo está en las cosas que digo sin decir y en las que nunca te dije porque no me atreví o porque simplemente no encontré medida.
No, no puedo. Al miedo ya lo llevo encarnado; ya tengo la consciencia fundida en el temor, en muchos nopuedos. Es reflejo, ya me llevo la mano a la boca para callarme sin haber dicho algo.

Entonces atacan los recuerdos, el fantasma de los días pasados, lo que hubiese cambiado, lo que me hubiese callado, lo que hubiera hecho diferente, todo eso amarra y no te deja ser libre; todo eso que tuve que decir y no pude. Teniendo algo que te ate al pasado nunca puedes moverte del todo como quieres, y mira que a veces son tonterías, como no decir perdón a tiempo, como los ven que deje ir y no fui, como los quédate que se me ahogaron de cobardía. Entonces vuelvo a crear historias, regreso a los ysis y a los hubieras.

Pues verás. Inventemos historias, engañemos al miedo creando tragedias; dicen que los escritores tienden a ser trágicos para parecer interesantes, a ser trágicos para tener algo que decir. En realidad, muchas veces poca idea tenemos del dolor, el amor del que hablamos cuando escribimos; fingimos bien, aunque realmente lo sintamos.

Contemos historias. Una, una historia. La historia de nadie. Mejor: la historia de dos nadie. Dos nadie, diferentes, líneas paralelas y todos esos ejemplos burdos que se dan cuando se trata de decir lo contrario de "el uno para el otro". He ahí la primera premisa: ambos eran o uno u otro. Uno haciendo y deshaciendo el mundo a punta de palabras bonitas y el otro a tiro de besos y sonrisas persuasivas. Dos nadie vueltos alguien. Las líneas paralelas se tienen de frente: las líneas paralelas se acercan. Uno lee, el otro escribe. Uno pasajero y efímero y otro permanente y duradero. Uno era idea, el otro idealizaba. A decir verdad, sólo puedo hablar por uno, no por otro, mucho menos de los dos -aquí va, el miedo de nuevo, el miedo vence-. Puedo hablar por uno que tiene el recuerdo del otro, el (siempre) recordado. El uno permanente que observa al otro, aunque físicamente cercano, siempre a lo lejos. El otro va en lo inquerible porque es ajeno, allí donde el uno no se acerca porque es desconocido.

Uno, este uno, que es una; una, que tal vez es ella. Ella que quizá es demasiado joven y absorta en sí misma para enredarse en vidas ajenas. Se sienta a querer y acariciar el recuerdo. ¿Qué recuerdo? Digamos que hay una aproximación, sí, el recuerdo de un beso, o tal vez de varios recreando escenas con la imaginación y se imagina la caricia, lento, muy lento. Sonríe complacida porque probablemente -sin precisar-, la escena se desarrolla en su lugar favorito; de la nada se esfuma la sonrisa porque quizá y sólo quizá sólo fue un acto perverso del otro, para que no lo olvidase, para aferrarse a la memoria de ella. Las manos a la cara: lo logró. El otro se firma en la memoria de uno (uno que es una, una que es ella) con tinta imborrable y a uno no le queda más que aceptarlo, lo acepta y recuerda aquella sonrisa persuasiva. ¿Cómo le explica al mundo que no se enamoró ni se enamoraría pero el flechazo persiste por aquel gesto único? Bueno, vaya capacidad de abstracción; vaya manera de distraer al miedo, que tal vez pueda ser sólo eso: distracción, pero nadie le quita lo besado.

A quien corresponda, correspóndeme.

He decidido ponerme un alto. Stop. Hasta aquí, ya no más.

He acordado callarme cartas futuras, ahorrarme la tinta. La verdad que todo es por dudas, se me juntaron los no sé si me lee / no sé si me piensa / no sé si me quiere. A lo último le pongo un no rotundo y a los demás todavía me concedo el beneficio de ponerlos en tela de juicio. Me engaño y me lo creo, me lo digo de tal manera que suena de forma genial y es ideal.

El egoísmo a tomado la tiza, empezó a dibujar círculos y me he quedado atrapada en medio; no logro salir. Sucede que no puedo seguir escribiéndole si no me escribe. No quiero. Ya sé que dije que sería como escribirle al espejo, ya sé que comencé estando segura que no habría respuesta alguna para mí, pero sucede que no puedo con tanto. No puedo animarme si no se anima, si no me anima.

De repente se me olvida que me lee y pienso que así es mejor. De la nada se me ocurre usted leyendo, viendo más de lo que mira, sujetándose la barba, solo, con mis letras de frente y me abruma, me da pánico que como me lee, me olvida. Me confunde y eso me hace arder.

No lo tengo, usted no es mío; la única manera de tenerlo es en recuerdo, encerrando lo vivido en pequeñas cápsulas de tiempo; lo fugaz e inolvidable. Permítame guardarlo también por escrito; por lo menos en letras describiendo sus horas muertas o, hágame saber si mis palabras lo incomodan. Dígame qué siente al leerme, al saber que le escribo. Si al leer cierta novela me hago presente o si no me recuerda en lo absoluto hasta que me tiene de frente.

Nunca hay suficiente, pero con dos palabras puede bastar. Escríbame que eso me hace volar. Escríbame, que me tiene.  Escríbame, escribir es como besar.

Martes.

Alguno de mis yos dentro de mí me sabe más que yo misma. 

Al día le faltaba ese sentimiento nuevo que me he presentado cuando sabemos que dentro de todas mis posibilidades, cabe tenerte de frente. Esos aleteos que duelen tan plácidamente en las entrañas; los quéserás que pinchan la conciencia, los ysis que llueven a borbotones e inundan el pensamiento. 

Lo sabía sin saberlo; de ahí la desilusión que respiraba sin entenderla tal cual, entonces encuentra razón mi cabeza de haber sido proscrita a algún planeta a años luz: no estarías en mi aquí. No te encontraría en donde siempre y como todas las veces, hoy no serías mi azar electivo. Lo sabía, pero me rehusaba a enterarme.

Entonces todas las partes se acomodan y las piezas encajan. Volver a respirar porque se respira, pensar porque se piensa y entender porque así es. Hablar como autómata, escribir porque hay tinta y mirar porque se ve. De todas formas, no irías a mis "ven".

Casualidad también es no encontrarse. 

A quien pregunta:

Que si qué se siente tener a alguien que te piensa más de lo debido, me lo preguntas de la nada, por nada y cuando estabas más que enterrado en el olvido...

Pues verás; se siente como el primer pestañeo matutino sin ser realmente consciente de que has despertado. Se siente como los rayos del sol sobre mi piel en alguna hermosa y remota playa desconocida mientras yo camino por la acera llovida bajo un cielo alegremente nublado. Se siente como todas las cosas y el orden de las canciones que no recuerdo de mi mejor borrachera. Se sienten como las palabras que no te escribo, como lágrimas en la lluvia, como el mismo paso del tiempo sobre una roca; se sienten como... no se sienten.

Siendo lo único que puedo serte, hablando honestamente, se siente nada.

Al que no (me) lee:

Estábamos condenados al fracaso. 

Y pensar que no lo estábamos no nos hará dejar de estarlo. Siempre se ha dicho, el primer paso es aceptarlo. Es todo eso de lo que siempre hablaste, nunca es suficiente, nada lo es y nosotros no somos la excepción; nunca lo fuimos y nunca lo seremos, porque bien pudimos llegar a querernos, eso nunca fue velo para nuestros ojos. Hay que saber lo que se tiene de frente para afrontarlo y precisamente eso es lo que nos pasó: vimos claramente que lo que teníamos de frente era un gran abismo llamado "nosotros", un agujero negro que nos debilitaba y justamente ahí estaba nuestra fuerza, reconocernos débiles, nos hacíamos humanos... me volvías pequeña con una mirada, con la simple sonrisa; he ahí todas tus ventajas y todas mis armaduras al piso.

... Y de la nada tenía que reconstruirme, para sostenerte, para sostenernos. Nuestro principio siempre fue el final, aunque eso en ninguna parte dice que tenía que acabar. 

Reconozco no creer, no creerte aunque nunca mintieras. Reconozco haberte necesitado más de lo que algún día pude admitir; sin conocerte ya te quería. Es que todo siempre fue más allá: todo pasó del otro lado de las letras, más allá de las ganas; todo simplemente pasó a ser querido. En realidad, un punto final no le pone fin a lo sentido.

A quien nunca fue mío:

...Y esto va de una para que, si duele, sea un solo golpe y no duela de más.

El ciclo de la vida: naces, creces, creces, la vida te exige relacionarte con las demás personas, no lo logras, estás solo, solo, sin buscar te encuentro, sin querer te pierdo, mueres. Solo.
No me adelanto, no juego con el score; no juego a ser mayor, No busco salidas. No encuentro escapes. He pensando mucho en lo fácil y también, lo poco real que sería si todo sucediera perfecto. de que las cosas se dieran como en una novela francesa; así, con tropezones y angustias pero de esos tropezones amables que no te hacen caer, y si caes, de esas caídas que no duelen; con angustias dulces que te hacen suspirar y no llorar sangre. He pensando en lo fácil que sería no ser yo y que no fueras tú; en que dormiría tranquila: dormiría. A veces, me gustaría tener una idea de que será ser tú; si tú también deseas que fuera menos yo tanto como yo. Me gustaría. Me gustarías. En fin, y como al inicio, esto iba a doler, lo advertí, más no era promesa. Y es exactamente eso lo que tenía que doler, eso que parece añoranza pero en realidad es desconsuelo, es desilusión, es con desánimo y sin ganas; pero a la vez es decirte hola y no adiós. Hola a ser distinto, hola a la distancia, hola al silencio... hola al tiempo muerto.

Hemos ido más allá de todo. Hemos destendido las alas y pasado volando todas nuestras barreras y límites. Hemos sido de todo menos uno mismo. Hemos sido, sin querer pero amando, lo que el otro ha querido. Hemos sido todo y nada a la vez; aunque ante todo, hemos sido menos que más.

He buscado y he encontrado. No a ti, no a ellos, sino a mí. A ese yo que no me gusta; ese yo que necesita en vez de que lo necesiten, ese yo dependiente. ese yo que echa más de menos que de más. Ese yo que espera, espera, espera, espera... y espera demasiado, sin límite. Ese que busca dar explicaciones sin haberlas solicitado. Y, por lo pronto, todo el yo que me queda. En esas circunstancias, no sabes lo que duele ser uno mismo y la verdad, ni yo quisiera saberlo. Sí, suena contradictorio, pero si me duele no lo sufro; no te sufro. Porque estoy, en términos simples y resumidas cuentas, más tranquila. O al menos no siento que me muero por dentro; y no como la mujer de aquella película, porque no tengo ganas, ni siquiera pequeñas de empezar otra vez, menos contigo.

-Y ésta es la parte más dolorosa- No quiero volver al principio. Porque ya sé cómo termina y la situación pierde simpatía. No nos juremos cambios, ya de todos es conocido que no los acepto fácilmente y eso nos hace volver a lo de antes, no tiene caso. Sin sufrir y sonriendo.

No me adelanto, no juego con el score, no juego a ser mayor, -pero que ganas de ser mayor y ser yo quien te enseñe lo del amor sin amor-, no busqué salidas, no encontré el escape. Al final, tal vez sí las cosas se dieron como novela francesa, siendo tú y yo protagonistas. Esa que tanto nos encanta, sobre todo esa parte en la que a él lo deportan y ella se quedó en la ciudad lluviosa de ensueño (que en realidad es una triste pesadilla húmeda) o tomó un barco y volvió a Montevideo, o lo que fuere: tú nunca lo supiste. Y aún por encima de todo, tú nunca lo supiste.
 
Sin sufrir y sonriendo. Démonos la media vuelta y, sin despedidas; digámonos hola a las tres.
una...
dos...

Si existiera un Dios tal vez él sería quien me entendiera...

Tan fácil que debió ser decir sí aquella vez cuando el deseo era más fuerte que lo que quería o podría soportar. No entiendo porque la negativa tiene arraigada a mi conciencia. También creo que debí retener más tiempo aquel vómito verbal, no, más bien debería reprenderme la mente anoréxica que no mantiene nada, que no soporta deglutir nada solido. Aquellos ven eran ruidosos; se escuchaban solidos, fuertes y constantes. Estoy hecha un lío y presiento que se me nota, que la pareja de un lado me ve como quien observa detenidamente un ovillo que hay que desenredar. Es ridículo; hasta les noto entusiasmo por haber encontrado el procedimiento a seguir, el punto de partida. Dije no, dije muchos noes. O dije un mudo sí con muchos peros, da igual. Como da igual estar aquí sentada sin hacer nada y ver como pasan vidas ajenas y con ellas la mía, porque no estoy haciendo nada. No sé si estuvo bien dejar que pasara. Dejar que creyera que para mí no era nada cuando en realidad era demasiado. Cuando en realidad... estoy harta de hablar de realidades mudas, de tener que explicar todo tanto. Debería volver y no estar sorbiendo lo que sea que esté bebiendo, -ni siquiera le encuentro sabor-. Y ahora que lo vivo y revivo aquel momento no estuvo tan mal, mas era avergonzante la cantidad de ganas de disfrutar aquello, era demasiado esfuerzo. no, eso tampoco estuvo bien. Debería volver. Aunque si vuelvo, ¿cómo lo digo? ¿cómo digo que más que ven debería ser quédate, que todavía valemos la pena? Aunque si se va, tal vez valgamos más la pena de no intentarnos pese a querernos. No, aquí nadie se quiere. No quiero querer. Él se irá y yo seguiré siendo el ovillo que cualquiera ve con intención de desenredar. No quiero decir que quiero. No. Eso tampoco está bien. Como no está bien arrepentirse, afrontémoslo: ganas nos sobraban, gusto nos faltaba. No puedo pretender volver a donde ya no hay sitio, donde en realidad nunca hubo. Tal vez el me entienda, - si existiera un Dios tal vez él sería quien me entendiera-. Estoy encerrada en un circulo de él. Estoy enterrada en el fondo de mi propia e irracional mente. ¿Cómo impido que abandone lo que no existe aún? ¿qué cara es la que se necesita para decir que me gustaría sentirlo? No me necesita porque su silencio y distancia me lo han demostrado. A mí no me hace falta. - si existiera un Dios tal vez él sería quien me entendiera-. Necesito salir de aquí y deshacerme de tantas miradas que ven más de lo que miran. Ahora me abaten los recuerdos y estoy sonriendo. ¿Sonriendo? No imagino lo expresivos que deben ser mis ojos en este momento. Me tiemblan los dedos al saber que lo tengo a la distancia de tres letras. Me duele decirle ven ¿Y si viene? No sabría que decir, supongo. - si existiera un Dios tal vez él sería quien me entendiera-. Al diablo las palabras, afuera no llueve como en mi mente. Ojalá la conciencia se callase a besos. Dios, el sentir el no sentir es el verdadero infierno en la tierra.

Debilidades.



Es que yo simplemente, hay veces, que no debo ver; que me pregunto una y otra vez ¿por qué me enseñaron a leer? Tengo el talón de Aquiles en los ojos, la kriptonita en las letras. Me enloquece su literatura, me envuelve lo que veo y así me contagio el amor. Me enamora leerlo aunque le desconozca por completo. Me vale lo mismo si miente o no, me enamora pensar que le provoca escribirme.

Nunca digas nunca.



Algún día vas a enamorarte. Y va ser tan bonito y al mismo tiempo tan doloroso, que todas estas cosas que vives ahorita, estas personas, esas situaciones que tanto llegaron a lastimarte, los recordaras como quien se acuerda al momento de acostarse que no le puso el acento a una letra y automáticamente se consuela con un sonriente «mañana lo hago», dejándolo atrás, olvidándolo. 

El tiempo no lo curará todo, mucho menos es magia que borra heridas; sólo hay que dejar que corra el aire y recordar que el que jura nuncas, casi siempre es el que pierde.

Acción y reflejo del llanto.

Un día contuve tanto, tanto las lágrimas que, después, aún encontrándose hasta el tope, no supieron cómo salir y decidieron aglutinarse, permanecer todas como un conjunto, como mezcla homogénea; una especie de masa inseparable que se agolpaba toda en la garganta, que pedía salir como un grito para esparcirse alrededor. El grito era siempre tímido / bajito / sordito. Se quedaba entre los dientes para no ver la luz, porque no se animaba, el valor le faltaba; entonces volvía adentro a derramarse en todo el interior, a gastarse en conexiones cerebrales, a hacer temblar los pies, los dedos; a volverme sorda, a cerrar los ojos... apretar la boca; a tratar de volver la respiración acompazada con el miocardio. A escribir y repetir: todo va a estar bien. Todo va a estar bien. 
Todo va a estar bien.
Todo va a estar. 
Todo va a. 
Todo va.
Todo.

Placer del beneficio.

Me concedo el placer y el beneficio de no pensarlo para siempre; de pensarlo finito, que termina, que viene con fecha de caducidad. Le sonrío a eso; le sonrío a eso que como viene se va y vuelve. Siempre lo he dicho, que yo no quiero todo, yo con mucho me conformo. No soy única, ni especial, eso lo sé, lo sabe y todos lo sabemos, pero se agradece el gesto interesado de querer hacérmelo creer; también le sonrío a eso.

Yo no necesito de nadie que venga a voltearme el mundo y me ponga la circunstancia de pies para arriba, un cabrón que me haga sufrir para sentirme viva. Yo no necesito quién me complique la vida, ni tú, tampoco nadie. Eso sí, todo el mundo necesita que lo hagan sentir especial pese a no serlo realmente. Amar, de por sí, ya es dejar huella. Todos necesitamos de todos como instrumento para hacer historia.

Razones.




¿Por qué le quiero? ¿Qué es o qué más me gusta de él? ¿Me pregunta seriamente? Pues verá; simplemente va de la punta del pie que siempre planta decidido hasta el extremo más alto de todas sus ideas y ambiciones. Me gusta como no le basta lo ya dado por hecho, que no le sea suficiente lo simplemente convencional; que mis noes no sean motivo para detenerlo. Porque juntando sus piezas, cualidades y defectos y armándolo como a un rompecabezas, pareciera que es la manifestación física de todos mis deseos. Me gusta porque seguro no existe y lo tuve que haber inventado.





No es miedo...

Es como si cada vez que hubiese escuchado la palabra "amor" me dieran ganas de correr
de correr tanto y tan rápido que me tropiezo con mis propios pies
de correr a cualquier dirección, pero a donde corra, te encuentro ahí
tanto, que parece que he corrido a buscarte.
Como si la palabra misma me gritase "huye, vete lejos, tan lejos que yo no te alcance".














Principiando.

Uno comienza queriendo escribir la vida de nadie y termina inventando la existencia de alguien. Porque hablar de una vida propia me suena arrogante y me acobardo; siento que me falta valor. Nunca he sabido narrar eventos cotidianos sin sentirme realmente estúpida, sin sentir pavor de que alguien llegase a leerlo y sobre todo, ese temor morboso a que si alguien lo hace, dudara de que mis neuronas laboran en óptimas condiciones. Creo que si me siento a escribir, es porque más que necesidad, tengo la obligación. El deber de hablar por algún yo atrapado en noséquéparte del infinito que me pide a gritos plasmarse y existir. Está bien. Comienzo a ponerme muchos disfraces explicando los por qué hago lo que hago para no tener que explicar por qué no hago lo que no hago. Por qué me quedo al margen de una línea que cualquiera cruzaría sólo para saber qué se siente estar del otro lado.
 
Yo nunca he estado del otro lado; aunque sí en imaginación, nunca en cuerpo. No me pongo en los zapatos de quien vive porque siempre me duelen o en el otro extremo, simplemente siento que me quedan grandes. He gastado el tiempo de mi existencia en creerme todos los "porque no debo" en vez de autoengañarme con todos esos rollos motivacionales que hablan de querer y poder. Tengo más momentos que omitir en mi biografía que los que valen la pena relatar, que aunque son tan poquitos (y vendándole los ojos a mi timidez, digo) me han hecho el andar una novela parlanchina que no tiene escrito el último capítulo.

Mi vida no se cuenta en partes ni lleva muchos puntos suspensivos; se relata de una y en corto tiempo. A veces creo que no se cuenta, porque no es esa mezcla de kilómetros, enamoramientos, gustos y desazones que cualquiera tendría. Que aunque he recorrido, he sentido y disentido, igual, su leve voz no se deja escuchar.

Me prometí hablar de lo que sea y como sea, con tal de despegarlo de las paredes químicas de mi mente, que salgan y se vuelen con el aire. Preferible que contaminen afuera a que lo hagan por dentro de mí pudriendo todo lo que me habita. Porque si bien hemos acordado todos los yos que tengo adentro, eso de callarse la vida es como adicción y no se sabe como dejarla, por lo que tenemos que buscar el punto de inflexión y entenderse, entenderme.

Prefacio.

Cuando se comienza a relatar algo, se tiene que empezar por deshacerse de uno mismo y volverse lo que está contando. En esta ocasión, nos volveremos el día a día, evitando y esquivando a toda costa a la timidez, al miedo morboso a la exposición pública.

Si bien uno escribe para desmenuzar ovillos y romper con telarañas internas, también escribe para ser leído y no sólo para comunicar al yo interno con el externo (o a la cantidad determinada o indefinida de yos que tenga dentro), si no, quizá para entablar una conexión con otros yo sumergidos en otras personas que posiblemente no necesiten saber, pero que quieran conocer.

Esto será como sostener un espejo y escribirle al mismo, como lo hacía la Maga. Y escribirte porque no sabes leer; porque igual, si supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes. Pero da lo mismo, será como escribirle al espejo, donde seguro no estás vos.