2013.



Si me pongo a hacer un recuento del año que se va, seguro termino mal, en colapso nervioso o vuelta un mar. Perdí, perdí mucho, sinceramente, perdí todo a lo que jugué y a lo que no, lo perdí por default; pero igual, al que viene no deseo ganar. Esto simplemente es para no quedarme nada entre los dedos, pensar que algo se me aferra en las manos hace que se me llenen los ojos de agua. No sé si son las gracias que debí dar, los perdones que no pedí o los tequieros que no alcancé a decir y no es o fue el orgullo comiéndome a grandes bocanadas lo que no me permite decirlo, sino el instinto de conservación que me indica que algo debo guardar para no terminar de quebrar el amor propio. Que si lo intenté, si no lo intenté, ¡qué diablos! éste no es más que un día más, mañana no cambia nada, sólo el almanaque que ya no soporta más días para la misma cuenta. Pasa que no pasa nada que no quieres que pase; pasa que no es más que un día más, aunque es una buena oportunidad para un sencillo ejercicio: es solamente voltear al rededor, observar detenidamente los tropiezos y descalabros, las sonrisas y los buenos ratos, que se te hinche la memoria y el corazón más con lo bueno que con lo malo.

Si lo único que cambia es el calendario y los inventos del tiempo, me permito hacer un esfuerzo para esbozarle por lo menos una mueca de contenta a lo vivido que lo vivimos y bien, a lo que viene que es mejor no tenerle remota idea. Qué grandes deseos de ser feliz y sobre todo, hacer feliz a los que me rodean y les toca un pedacito de mí, cuántas ganas de jurarme yanos, ahorasís.

Tuve 365 días para puro vivir que no sé realmente cuánto fue que aproveché. Eso sí, atesoro y resguardo con el alma esos días que me dieron recuerdos para olvidar nunca. No estoy segura, pero tendré 365 días más para puro equivocarme, para puro buscar y buscar si me pega la gana; no sé si encontraré, no sé cuánto aprovecharé, seguramente nada será suficiente, lo más seguro que nada es seguro, quién sabe. Todo está en dejar ser, dejar y permitirme. Todos las horas son la hora, todos los días son el día, todos los momentos son el momento. ¡Felicidades por estar vivos a todos!



Postdata: Y si por negligencia mental algo se quedó en el tintero, que se cargue a otra pluma o a la misma pero a una que mi mano ya no empuñe más.

a tu fantasma:



Sí que la música traiciona a veces. Por eso, me decido a tararearte todo lo que se te extraña...
Tú y yo sabemos que no tengo el valor de hacerme frente: a mis yos y a ese cabrón del miedo. Hasta Silvio lo sabe que me retó a tomar papel y pluma y escribir esto mientras canta tu fantasma; sí, el tuyo. No exagero si te cuento que le hablo a tu fantasma... y le cuento y lo aburro contándole todas mis vanalidades cotidianas; mis días con sueño, mis noches en vela, felicitándolo en las mañanas por sus no cumpleaños, de aquel viernes que lloré con público, del boleto al concierto, de mis tristezas que sonríen frente a la gente, de lo mal que me hace el frío, del regalo que no me atreví a entregar, de la confesión de teamos que escuecen y que embromarme sigue siendo un deporte universal; un sin fin de cosas desde el siglo en que partiste hasta el largo día de hoy -porque todos los días tienen horas hasta el infinito desde que te has ido-. Tengo tanto que contarte de mi nada... tanto que me desanima el hecho de que quizás no quieres saberlo. Entonces así van pasando los días; dejo que se vayan amontonando, otros escapando por las puertas, ventanas, que me tumben las paredes, que se vayan replegando abajo de la cama, del escritorio, hasta que he volteado para atrás y lo único que veo es una horrible nube gris que no sé si llamarlo pasado o simplemente no llamarlo, ni he contado los días porque me asusta que sean muchos y me da vértigo saber que son pocos y que los siento como décadas.

Hoy te entendí y todos los días te entiendo de una manera diferente. Hoy también quise que fuera diferente, ahora volví a desear que existieran los hubieras, hoy, por supuesto, también anhelé ser distinta. Pueden ser casualidades u otras rarezas que pasan, pero donde quiera que ando, todo me conduce a ti, ¿ridículo, no? y sabes que cuando digo todo, es todo -con mayúsculas chillonas-: La totalidad aparente de mi insulsa cotidianidad; el día a día, el reloj, el café de la mañana, las galletas sobre el escritorio, Julio, mi madre, el camino a casa, el camino a donde vaya. Quisiera decir que hice lo que pude pero eso no es de presumir, lo que hago nunca es todo lo que se puede; lo que hice para intentarlo siempre será muy poco, aunque el instinto de conservación me dijera stop, ya no más.

Ya no sé si lo que digo realmente nos hace falta... quisiera creer que sí, quisiera pensar que puedo hacer falta, pero siento lo contrario. Creo que mi ausencia es esa buena chica que no lastima, que ni siquiera se hace notar, tan diferente a la tuya. Pero cuando puedas vuelve, porque asecha tu fantasma, jugando a las escondidas y yo estoy muy vieja ya el alma me pesa mucho.

...y los días siguen sin ser inteligentes y yo sin poder ir más allá.
 

P.D.: ¡Los peores ni te cuento, porque no vas a creer!

Lo (in)correcto.

 Noviembre, 2013.


Cuántas ganas tengo de decirte como Julio, con enorme egoísmo que no me importa no escribir, que me da lo mismo o menos no escribirte. No se me ocurre nada más que me estoy equivocando. No es ninguna novedad: siempre me equivoco. Abro caminos con errores y como empiezan, tienen que terminar; ya dicen, lo que mal comienza, mal acaba, es obvio.

No hay nada de qué sentirse orgullosa, mucho menos de qué jactarse, pero el primer paso es reconocerlo. Para mí ha sido el primero, el segundo y hasta el último y ahí sigue: estático. Entonces, al primer paso le falta un enorme complemento: la voluntad. Sin voluntad, no hay ganas, sin ganas, hay nada; o todo, pero todo reducido, todo viciado y todo -como repito y repito hasta lo ridículo-, hecho nada. Ante todo esto, reconozco al gran monstruo sin voluntad siendo una maraña de errores que tengo delante cuando estoy frente al espejo.

Viví y vivo equivocada. Desde chica me compré la idea que me vendieron de ser siempre uno mismo, que quien te quiere de verás te quiere como eres, sin máscaras ni disfraces vergonzosos; lo cierto es que no es cierto. Puedes encontrar muchos tequieros y sentirlos sinceros, pero de repente ¡Bam! te estalla en la cara: uno no quiere lo que no le gusta. Pero así uno crece, creyendo que puede creer, que no está mal decir que cree, querer bien, creyendo que puede decir, diciendo lo que quiere y no es cierto. Uno nace con dos oídos y escucha, una boca y habla, vemos a los demás que también y cree que puede escuchar y no es cierto, nadie escucha lo que no le apetece, ni uno lo propio dicho si no le gusta. A uno le ponen corazón y cree que siempre puede latir y no es cierto. A uno le dan vida y le enseñan que en ésta se mide el tiempo y al tiempo los relojes y cree que por eso puede jurar parasiempres y no es cierto. A uno le dicen que debe aprender a decir lo correcto y no es cierto, porque muchos de todas las veces lo correcto es callarse, pero, ¿quién sabe qué realmente es lo correcto? ¿Y si lo correcto no es callarse?

Tal vez lo más acertado sería aprender a soltarlo todo, no a callar, que eso es solo taparlo con espeso silencio y encerrarlo a que se pudra. Entonces, juntando los pedazos, entre tanto puedes darte cuenta de una cosa: que para ser y estar bien y de buenas, hay que aprender que existir es un constante dejar ir, dejar ser y dejar pasar. Y aquí sí, que más da si también me estoy equivocando en eso, ya no aspiro a decir nada correcto.

Entre todo, qué vil putada haber creído que (me) podía querer, ¿no?