Lo (in)correcto.

 Noviembre, 2013.


Cuántas ganas tengo de decirte como Julio, con enorme egoísmo que no me importa no escribir, que me da lo mismo o menos no escribirte. No se me ocurre nada más que me estoy equivocando. No es ninguna novedad: siempre me equivoco. Abro caminos con errores y como empiezan, tienen que terminar; ya dicen, lo que mal comienza, mal acaba, es obvio.

No hay nada de qué sentirse orgullosa, mucho menos de qué jactarse, pero el primer paso es reconocerlo. Para mí ha sido el primero, el segundo y hasta el último y ahí sigue: estático. Entonces, al primer paso le falta un enorme complemento: la voluntad. Sin voluntad, no hay ganas, sin ganas, hay nada; o todo, pero todo reducido, todo viciado y todo -como repito y repito hasta lo ridículo-, hecho nada. Ante todo esto, reconozco al gran monstruo sin voluntad siendo una maraña de errores que tengo delante cuando estoy frente al espejo.

Viví y vivo equivocada. Desde chica me compré la idea que me vendieron de ser siempre uno mismo, que quien te quiere de verás te quiere como eres, sin máscaras ni disfraces vergonzosos; lo cierto es que no es cierto. Puedes encontrar muchos tequieros y sentirlos sinceros, pero de repente ¡Bam! te estalla en la cara: uno no quiere lo que no le gusta. Pero así uno crece, creyendo que puede creer, que no está mal decir que cree, querer bien, creyendo que puede decir, diciendo lo que quiere y no es cierto. Uno nace con dos oídos y escucha, una boca y habla, vemos a los demás que también y cree que puede escuchar y no es cierto, nadie escucha lo que no le apetece, ni uno lo propio dicho si no le gusta. A uno le ponen corazón y cree que siempre puede latir y no es cierto. A uno le dan vida y le enseñan que en ésta se mide el tiempo y al tiempo los relojes y cree que por eso puede jurar parasiempres y no es cierto. A uno le dicen que debe aprender a decir lo correcto y no es cierto, porque muchos de todas las veces lo correcto es callarse, pero, ¿quién sabe qué realmente es lo correcto? ¿Y si lo correcto no es callarse?

Tal vez lo más acertado sería aprender a soltarlo todo, no a callar, que eso es solo taparlo con espeso silencio y encerrarlo a que se pudra. Entonces, juntando los pedazos, entre tanto puedes darte cuenta de una cosa: que para ser y estar bien y de buenas, hay que aprender que existir es un constante dejar ir, dejar ser y dejar pasar. Y aquí sí, que más da si también me estoy equivocando en eso, ya no aspiro a decir nada correcto.

Entre todo, qué vil putada haber creído que (me) podía querer, ¿no?

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