A quien nunca pude responder:

Todo tiene su momento, dijiste más de dos veces, como si el tiempo mereciera tal respeto. Menos que eso: el tiempo siempre te dio miedo y dejaste que él decidiera. Buscaba a alguien que quisiera jugar, pero jugar en serio. Alguien que apagara el reloj por mí, alguien que no fuera a hacer preguntas; pero el miedo seduce, ese gran cabrón... tú. Nadie más que tú sabía cual era mi palabra favorita aunque tuviera que repetirla cada que te veía. La verdad es que decir siempre siempre ha sido como un juego, de ser capaz o no. Todavía creo que yo hubiese sido capaz si tú lo hubieras sido también. Ya no tiene caso. Ya para ti no tengo lado. Todo tiene su momento, está bien, pero el mío no fue el tuyo. No supe quererte de otra manera que no fuera la mía, ahora entiendo que no quise quererte como tú me querías. ¿Cruel? Mis maneras siempre fueron alevosas. Te provoqué, sí. Jugué al despreció y me gané ser la despreciada. Bien sabes que jugaba a jugar y era en serio, también que hubiera abierto más que el corazón y ni siquiera tenías que desgastarte en poesía, éste siempre latió ajeno. Te regalaba más que besos de ocasión con la condición de dejar al corazón aparte. Pudimos haber ido de lo funesto a lo inmortal con la única condición de que enfrentaras todo lo que me querías para decirte que no lo hicieras. ¿Por qué digo todo esto ahora? Porque no tengo nada que perder y tú ya me perdiste a mí. Cómo jode ser cobarde, ¿no? 

Buenas intenciones.

Quererte bien
bien y no a secas
bien triste bien contenta bien aunque mal
tomarte de la mano y no por vanidad
sonreírte sin razones
sobre todo los días sin sol
soltarte los tequieros como si fuesen ingrávidos
tu nombre siendo la tabarra para ajenos
Se me caen las ganas por los ojos
de puro verte andar viviendo
Clavarte tres besos: espalda cuello y oreja
hacértelo en verso sin comas
desvestirte los encantos
a punta de improperio
faltándote a la ortografía
y de paso nos volamos el respeto
sin táctica ni estrategia
te quiero
pero no me pidas que sea eterno.

No es el color, ni la estación...


las flores huelen según su intención.
Huelen a estado de ánimo
 a amores fugaces
enamoramientos efímeros
cariños arraigados
a disculpas y prontos olvidos.
A recuerdos aferrados.
A días añejos.
Huelen a lugares tristes.
A lágrimas reprimidas
llantos estruedosos.
Las flores huelen a aburrido,
a enfermedad,
a tequierocomoamigos y a siempres ingravidos.
Huelen a promesas,
a dolor de cabeza,
a velorio,
a cementerio.
Huelen a muerte.