A quien nunca pude responder:

Todo tiene su momento, dijiste más de dos veces, como si el tiempo mereciera tal respeto. Menos que eso: el tiempo siempre te dio miedo y dejaste que él decidiera. Buscaba a alguien que quisiera jugar, pero jugar en serio. Alguien que apagara el reloj por mí, alguien que no fuera a hacer preguntas; pero el miedo seduce, ese gran cabrón... tú. Nadie más que tú sabía cual era mi palabra favorita aunque tuviera que repetirla cada que te veía. La verdad es que decir siempre siempre ha sido como un juego, de ser capaz o no. Todavía creo que yo hubiese sido capaz si tú lo hubieras sido también. Ya no tiene caso. Ya para ti no tengo lado. Todo tiene su momento, está bien, pero el mío no fue el tuyo. No supe quererte de otra manera que no fuera la mía, ahora entiendo que no quise quererte como tú me querías. ¿Cruel? Mis maneras siempre fueron alevosas. Te provoqué, sí. Jugué al despreció y me gané ser la despreciada. Bien sabes que jugaba a jugar y era en serio, también que hubiera abierto más que el corazón y ni siquiera tenías que desgastarte en poesía, éste siempre latió ajeno. Te regalaba más que besos de ocasión con la condición de dejar al corazón aparte. Pudimos haber ido de lo funesto a lo inmortal con la única condición de que enfrentaras todo lo que me querías para decirte que no lo hicieras. ¿Por qué digo todo esto ahora? Porque no tengo nada que perder y tú ya me perdiste a mí. Cómo jode ser cobarde, ¿no? 

1 comentario:

  1. Pues qué te digo,
    contundente como siempre.
    A mi me fascina tu estilo.
    Ánimo con esta perdida.

    ResponderEliminar