Catálogo de despedida.

Aquí te dejo un «te quiero» cargado de infinito
Un beso sin memoria
un adiós que es hasta cuando te vea
un abrazo que quema
una mirada sin consuelo
un suspiro sin resuello
la patria potestad de todos nuestros recuerdos
una sonrisa desolada
mi necesidad de esperarte
mi esperanza de necesitarte
mis dudas de tenerte
mis letras sin palabras
mis palabras que no dicen nada
una hoja en blanco
mi conciencia agotada
mis alas cansadas
mi literatura gastada
un paraíso con poca gloria
todos los quisiera y no quisieras
un gemido dolorido
una canción triste que igual bailaba
una boca llena de peces
el amor, esa palabra...
mi voz gastada
un deseo a deshoras
todos los lugares donde nunca estuvimos
un círculo perfecto
el último capítulo
aquí te dejo
sin ganas de volver
y ya.

Seguro hacía frío...

y estábamos ahí, compartiendo el mismo oxígeno, dándonos a beber la boca del otro. Dos corazones latiendo tan cerca pero tan ajenos uno del otro. Era un caso de inercia: movimientos rítmicos, tan programados como si los hubiésemos ensayado antes, tan vacíos, tan sin nada; sin embargo al acto le llamábamos vida, le decíamos vivir. Todo era evasivas y negativas. Jugábamos a no querer lo que estábamos deseando. ¿A dónde íbamos? adonde nuestras manos nos guiaran, el límite lo ponían nuestras ganas. Y las ganas... qué ganas. Seguro sería ilícito tenerse tantas sin siquiera quererse. Seguro si nos hubiésemos querido ese sería nuestro límite. Era un momento sin verdades ni mentiras; lo único que teníamos eran realidades y nunca uno perteneció a la realidad del otro, nunca fuimos nosotros y jamás nos sentimos inconformes con ello; Era un acuerdo sin pactarse, aceptábamos el hecho de pertenecer a la nada, al vacío, al punto ciego. Nunca nos buscamos, nunca nos encontramos. No eramos casualidad, no fuimos causalidad. Ni siquiera fuimos el momento, aquel momento fue nosotros.

Regalo de cumpleaños.



«Cuando empecé a escribir, lo hice por miedo. Pensé que podía olvidar, o que podía fingir olvidar, o que podía fingir que fingía, o que podía hacerme adulta»
Miranda Julie. Nadie es más de aquí que tú.


No soy persona de dormir, por eso aprendí a fabricar sueños con los ojos abiertos. Un día de muchos, tal vez de esos grises que uno suele callarse en el resumen de noticias y sobre todo en la biografía, le confesé que más de una vez había soñado, aunque no sea buena ni menos grande, con hacer palabras que alcanzaran para verlas en un libro. ¡Vaya magia que fue decirlo! Vaya magia que hace el cariño. Ya no son sólo letras con alas que vuelan al olvido, ahora planean en hojas de papel y se codea en el mismo estante con mis favoritos. Desde hoy sueño despierta con historias que contar. Voy a escribir la nuestra, aunque no prometo decir la verdad.





PD: Si tu yo, no creyera en mi yo, ni el recuerdo de mis pedazos quedaran. El infinito se hace pequeñito comparado con mi agradecimiento.

A quien quiera leer:



¿Cómo lo describo? Es que si me vieras sonreír... si tan sólo pudieras verme sonreír... si me vieras, no tendría que buscar palabras para acomodarlas en mis sensaciones. Nunca espero algo, ni merezco mucho, pero siempre quiero todo. Tampoco es que merecía nada, es más, no sería yo quien juzgara eso. Es cierto, no era más que un día más, si bien, no era un día menos. Quería ver al amor a la cara, entonces abrí los ojos: era solamente voltear al rededor, embriagarse de sonrisas y la vida gritándote que debes seguir aunque no está de más detenerse a sentir la grandeza de querer y ser querido. Yo esperaba nada, pero quería que todo me sorprendiera. Empecé por abrazarme por dentro, para poder sentir el calor de brazos ajenos. Comencé por creerme, para poder creerles. Creerme lo que digo, lo que (te) escribo. Creerme que sin pretender, soy; para entonces creer que sin buscar he encontrado. Me han encontrado. Era sólo un día más. Un recuerdo más que guardar, una experiencia más que contar, un año más que acumular. Tenía que creerles. Creerles que si sonrío, ilumino. Creerles que no debo parar el vuelo, Creer que muy a mi manera, puedo encantar. Creerte que de leerme, te provoco latidos. Al menos por un día yo tenía que creer en el cuento inverosímil de que también puedo hacer magia; al menos, por un pedacito de eternidad, sentir que corro el peligro de ser especial. Y así fue, por un instante de infinito me creí las sonrisas, los deseos de felicidad, la pirotecnia sentimental y tanto abrazo que aún me sigue calentando el alma. Yo quería que todo me sorprendiera, mas nunca imaginé que todo pudiese ser ponerle cara a mis invenciones. Le beso las palabras a quien dijo que no existen distancias cuando de verdad se quiere. ¿Qué iba yo a confiar que al decir ven estaría sin decir voy? Jamás me creí con tal poder. Me beso la imaginación de crear seres tan entrañables que me llenan el corazón. Beso a la bendita ocasión que los materializó y que sin más, los incluí en mi vida. Existir y compartir lo poco que soy, tal vez no haya felicidad más alta.

De todas mis manías, querer es la que más se goza; aún cuando se sufre, se goza.