A quien está del otro lado, a mi soledad concurrida:


Ahora que la soledad me está comiendo a bocanadas y yo sin inmutarme, sólo me quedo perpleja al ver como todo es lejano, como ya nada deja de pertenecerme y se vuelve el todo ajeno. Me doy cuenta que el cansancio a causado estragos y qué tan sucios tengo los pies de tanto andar y andar y no dar con algún lugar donde pertenezca.

Estoy perdida y sólo me queda suponer dónde fue que me dejé. Le abandono todas mis conjeturas a que me dejé quizá en algún tumulto de rostros familiares, de palabras amistosas y momentos que deseé fueran eternos; no me queda más que pensar que me abandoné al recuerdo y que este a su vez, me dejó en pleno desamparo. Ni el pasado tiene por qué cargar conmigo.

Quedan tan pocas ganas de desplegar las alas... además de todo que se vuelve tanto, fatiga el vuelo en solitario, a parte de planear con el viento en contra. Estoy atada a ésto que es nada y nunca será lo contrario, a una soledad que desespera y vuelve crisis la calma.

Tengo tanto de nada... o poco de todo, según el cristal con que se vea. Ya no cuento, descuento. La existencia se me hace trizas en las manos y tal vez no vivo un ahora porque no puedo acomodar el pretérito en el porvenir; por las mismas razones me aislo y de golpe llegan todas las ansiadas resoluciones: me dejé sola a propósito. No tengo a quien reclamarle un por qué, sólo a mí.

Alguna vez, una figura en plena luz, me confió en sus palabras aquello de Merton,  «Realmente, no hay soledad más peligrosa que la de una persona perdida en la multitud, que no sabe que en realidad está sola, ni funciona tampoco como una persona en medio de gente». Estoy segura que me hallo fuera de todo peligro: me reconozco perdida, en soledad y, por lo tanto, créeme que hay algo en mí que no funciona bien, lo que me hace no resultar en medio de gente. Y  por favor, si puedo contar con alguien desde hoy y para siempre, que levante la mano.