Adieu.

Dos o tres palabras de algo que le molestaba dijo Clara al despedirse y ninguno de los dos supo si se volverían a ver. Fue como todo final sin realmente un final, nadie dijo las palabras mágicas que indican despedida; ni siquiera alguno miró a los ojos del otro. Te digo, fue final sin final, algo se rompió sin quebrarse del todo. No sonó ningún clásico, no hubo quejidos lastimosos; al parecer, al cliché le faltó cliché.

Clara no volteó atrás pero ojos le faltaron en la espalda; aunque la duda existía, el orgullo la mordía, nunca sabría si Diego la miró hasta que desapareció. ¡Se acabó! —ella pensó, con los ojos bien cerrados para no afrontar. No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar, cuando con el índice diestro se limpiaba la mejilla izquierda y con la palma de la mano zurda evitaba el derrame colosal de las lágrimas del ojo derecho.

Y lloró; a fin de cuentas, nadie se había dado cuenta, y si lo hacían, la miraban sin mirar. Lagrimeaba por... por... ¡Por estúpida!,— decía en voz alta sin pena a que alguien la escuchara. Ahora habría que volver al principio o comenzar de nuevo, aunque lo anterior no haya sido terminado del todo.

 Parecía juego de niños testarudos, ¡tonto el que se de la media vuelta, pero más idiota el que se retracte! Así que preferible la herida abierta a la sutura, al fin y al cabo sola va a sanar. —Sola tiene que sanar. Sola me quedo. Sola estoy, repetía—. Quién sabe en qué putas tenía clavada la mente Diego en el momento de toda la tragedia sin tragedia aparente; ojalá en pretender ser inolvidable, porque desde ese momento y para siempre lo sería. Felicidades.

Y ahora, a empezar de nuevo, a volver al principio; aún con la duda picando la conciencia. Cómo jode no decir adiós, porque no se sabe si sólo fue un «hasta luego» o un simple «te dejo y ya». Cómo jode ser la misma Clara con ideas poco nítidas; hasta parecía una broma (risas y sarcásticos agradecimientos a los que la bautizaron).

¿Qué estaría pensando él? — Se atosigaba mientras se comía las uñas, —mal habito que ni siquiera acostumbraba—. Seguro no le no le ha de estar dando mil y un vueltas, tonta. Quien dijo mañana será otro día y todo pasa, no tenía ni puta idea; jamás había experimentado una despedida o una escena absurda en la que una bruta dice algo seudointeligente y un pendejo se queda perplejo mirando como se marcha. Quien dijo que todo pasa, no tenía ni puta idea, de todo queda cicatriz, de esas que escuecen más en días nublados.

Y lo bueno que el sol le quemaba aún con la herida abierta. Nadie se duerme destrozado y amanece armado; eso de los milagros se le dan sólo a los afortunados. Quien dijo mañana será otro día, no tenía idea de despedidas. Seguro habría que darle tiempo al tiempo, pero Clara no lo sabía; se le iban las horas que se le hacían días pensando las cosas que nunca le dijo, las despedidas que no fueron, las palabras que no se dijeron.

¡Tonto el que se de la media vuelta, pero más idiota el que se retracte! Mientras, el orgullo clavándole los dientes en las entendederas. —Qué va, Clara que va a entender. A Clara se la tragaba el orgullo sin masticarla—. Seguro lo que más le podía era ser la que recordara lo inolvidable.

Aquella vez no sonó ningún clásico, pero vaya que desde aquel entonces había canciones que hablaran de él y de ella, pero nunca de los dos juntos. Vamos Clara, sin ser personaje bíblico, levántate y anda, que todavía te toca mucho andar; te queda jugar a la vida y a que te lo topas en cada esquina. ¿Quién dijo que no volverían a verse? Tal vez también te toca creer en el destino y dejar al azar los encuentros. Vamos Clara, que si el destino existe, que se manifieste; el guión ya está escrito y es simple: adieu, ciao, au revoir, adéu, antio, salve... adiós, sí que te habría querido.

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