El fuego de cada día.

Pero para qué tanta infelicidad, pues. Le he dado tantas vueltas a esto, a lo mismo... como a las muecas en el rostro, como a la píldora que me doro cada mañana. Inicio de rutina: levantarse, asearse, hacerse, serse. Cada día, cada mañana, desde la inconsciencia matutina cargada de sensibilidad acumulada en el sueño. ¿Cuál sueño? Diré bien a las fabricaciones mentales que me dejó largas velas de insomnio. El insomnio: padecimiento diario que suele gozarse. Polillas. Luces encendidas. Lecturas simples cargadas de sentimentalismo vil. Películas mudas a propósito de no romper la calma que circunda. Albas tímidas que se cuelan entre cortinas crespas. Levantarse. Hacerse. Serse. Las decisiones se toman mejor después del primer sorbo al café. Salir al fuego con el riesgo de quemarse. La quemadura, el dolor de ella: señal de que existes. La vida se ve fácil, sobre todo cuando es ajena; no ha de ser tan difícil. Quemarse no ha de ser tan fácil. Jugar con fuego no es tan difícil, todos los días lo hacemos. Lo creas o no, lo quieras o que más da, yo lo hago. A diario quemo ilusiones, recuerdos, lo que aprendí en la escuela, notas sabiondas que inconscientemente guardaba y relucían para impresión de ciertos y extraños, una canción pegajosa del 96... ¿y realmente valdrá la pena quemarse? ¿No será uno un reverendo estúpido por quemarse? Lo que realmente es estúpido es maldecir algo inanimado como el fuego. Qué sabe el fuego de nuestra mano sobre él. ¿Cómo se juega con fuego y se sale ileso? Aunque salir siempre indemne me parece un tanto aburrido. Por eso no quiero siempre levantarme para pisar únicamente caminos seguros. No quiero fuegos que no quemen, juegos que no diviertan. Tampoco quiero una libertad que me calcine. Busco algo que valga la pena de arderse. Miento, no busco. Aunque estoy consciente que sólo el agua cae del cielo... y no en el desierto en el que vivo. Respiro. ¿Qué será sentirse libre? Tal vez elegir las llamas que lo han de envolver a uno. 

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