Confesiones para huir ligero.

Abril, mes de los recuerdos como dagas.

Estuve a un cliché de tomar toda mi vida y llevarla a existir a otra parte, lejos de lo que quedaba de mí y todo lo que pudiera recordar.

Y entonces me enamoré. Ocurrió. A las tantas de la madrugada, sin campanas de aviso en no importa que día del año que fuere. Pasó, sin más, intempestivamente. Son de esas cosas sin nombre que acuden a ti sin cita previa, sin llamar propiamente a la puerta. Yo sólo quería que me curara las malas noches a punta de besos, que me callara la mente con las manos... y ahí estaban sus manos, haciendo que cayera, enamorándome; volviendo pedazos mis ganas, dejando en silencio que se agotaran mis ansias, sin decir «no te vayas» aunque se quedara, a mí la palabrita incómoda con «a» me da ganas de correr.

No sé, supongo que las personas de corazón vacío estamos predispuestas a que ocurra, más así, de la nada. Igual me empaco el corazón a punto de llenarse, la vida que me queda y la bendita forma en que abrazan sus labios; dejando sus manos donde las encontré, envueltas en caricias. Sus manos que bien vuelven cualquier soledad de insulso invierno en intenso amor de verano. De cualquier forma, ¿para qué viajar tan pesado? 

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