Las buenas chicas no leen novelas.



En el tratado médico donde se patenta la ninfomanía, los músculos pélvicos no vibran únicamente al ser tocados con las manos - propias o ajenas -, sino también por el contacto con las quimeras literarias. La bestia negra de la novela emerge siempre para recordarnos que la lectura puede tener efectos devastadores sobre las fibras blandas, fluidas y delicadas de las mujeres, debido a las impresiones tan vívidas y fuertes que produce. Impresiones que no tienen nada que envidiar a los trastornos provocados por la carne salada o la masturbación, pues la lectura de novelas suscita en el cuerpo femenino un estado de excitación genital tan vicioso o patológico como el causado por estímulos mecánicos más tangibles.


Se trata de una convicción que duró largo tiempo. Tanto que, a finales del siglo XIX, mientras el Annuario scientifico ed industriale alertaba contra las perversiones vinculadas al uso de las máquinas de coser, ciertos manuales de educación doméstica femenina titulados, por ejemplo, Qué debe saber una joven, seguían expresando un horror inalterado ante lo pernicioso que resultaba leer novelas y subrayaban que las chicas no se daban cuenta de nada, que la lectura les producía una emoción mental agradable, pero no eran conscientes de sus efectos físicos letales. Es decir, que las impresiones suscitadas por el libro provocaban "una excitación anormal de sus órganos sexuales". Y dicha excitación, oculta y repetida, provocaba el desarrollo prematuro del sistema reproductor femenino. Así pues, tras devorar libros y más libros "las niñas se convierten en mujeres meses o incluso años antes de lo debido".



Fragmento del libro del mismo título de Francesca Serra; lo encontré en un blog hace algunos meses e instantáneamente entró en mi lista de pendientes, Es un rápido repaso de la historia en la relación mujeres-lectura, ya que si algo ha sido llave para muchas jaulas es la literatura -aunque ya llegamos tarde a esa fiesta, todavía nos tocó baile-. Curioso como lo pensamos inverosímil, pero después de un buen libro, puede ser que ya no seamos las mismas; se van comiendo nuestra inocencia, y lo digo disimulando la risa y al mismo tiempo recordando algunos títulos... ¡Já!

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