¿Para quién escribes? Una pregunta que tarde o temprano
tenemos que enfrentar; que venga de alguien más o de uno mismo para no perder
el hilo conductor con la realidad. Tendemos a hacerlo como si fuese para los
demás, siempre para afuera. ¿Será? Guardo una certeza que aún no se me ha podido
arrebatar: realmente, a nadie le importa. Pero –siempre hay uno– igual habrá
quién te lea. Y leemos no porque nos sea preciso saber la opinión ajena, sino
para crear la propia. No para enterarnos de los sentimientos de alguien más,
sino para personalizarlos. Por eso escribo en esta o cualquier otra hoja. No es para quién, es para qué; ya entonces es otro enredo.
***
Has descubierto que
disfrutas mucho del hecho de que a la gente le guste tu escritura, y también
descubres que tienes muchas ganas de que a la gente le gusten las cosas
nuevas que escribes. La motivación de la pura diversión personal empieza a ser
suplantada por la motivación de gustar, de que haya gente guapa a la que no
conoces que te aprecie y te admire y te considere buen escritor. El
onanismo da paso al intento de seducción, como motivación. Ahora bien, el
intento de seducción resulta muy trabajoso, y su diversión se ve compensada por
un miedo terrible al rechazo. Sea lo que sea el "ego", tu ego acaba
de entrar en juego. O tal vez "vanidad" sea una palabra mejor. Porque
te das cuenta de que gran parte de tu escritura se ha convertido en puro
exhibicionismo, en intentar que la gente te considere bueno. Y es comprensible.
Ahora estás poniendo mucho de ti mismo en juego, cuando escribes; y también
está en juego tu vanidad. Descubres algo peliagudo que tiene la escritura de
narrativa: que para ser capaz de escribirla es necesaria cierta cantidad de
vanidad, pero que cualquier cantidad de vanidad por encima de la estrictamente
necesaria resulta letal. Llegado este punto, más del noventa por ciento de las
cosas que estás escribiendo ya están motivadas e informadas por una necesidad
abrumadora de gustar. Y esto genera una narrativa de mierda. Y la obra de
mierda debe acabar en la papelera, no tanto por una cuestión de integridad
artística como por el simple hecho de que la obra de mierda va a hacer que no
gustes. Llegado este punto de la diversión del escritor, la misma cosa que
siempre te ha motivado para escribir ahora te está motivando también para tirar
lo que escribes a la papelera.
«La naturaleza de la diversión» En «En el Cuerpo y en lo otro»
de David Foster Wallace.
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